Comentario evangélico. Domingo 17 Ordinario, ciclo A.
Domingo XVII del Tiempo ordinario, ciclo A. 27 de julio de 2014. Mateo 13,44-52.
Un arca y un padre de familia
Hoy empezamos por el final de este evangelio. Las últimas palabras de Jesús hacen referencia a un escriba que entiende del Reino de los cielos. Este hombre, dirá Jesús, es como un padre de familia que saca del arca lo antiguo y lo nuevo. Esta referencia al arca, a lo antiguo y lo nuevo, sería una imagen bien bonita: lo antiguo haría referencia al Antiguo Testamento, a la Torá y las tradiciones del pueblo de Israel y lo nuevo haría referencia –lógicamente- a la novedad del Reino de los cielos que Jesús ha venido a traer. Así el escriba (el judío) que ha aceptado a Cristo, como también el cristiano, vive de las tradiciones antiguas (para nosotros el Antiguo Testamento es sagrado y normativo para nuestra fe) y de las nuevas tradiciones que encontramos en el Nuevo Testamento. El padre de familia no desecha nada que pueda servir para la educación y la felicidad de sus hijos, lo antiguo y lo nuevo.
Esta novedad que encontramos en esta arca es el Reino de los cielos. Mateo prefiere esta expresión, los otros evangelistas hablarán del Reino de Dios. Se refieren a la misma realidad. Jesús sigue hablando a la gente (a todos) del Reino de los cielos. Jesús no explica qué es. En las tres parábolas que relata hoy utiliza la misma fórmula: “El reino de los cielos se parece…” Quizás realidades tan sublimes el hombre solo las pueda entender por aproximación. Jesús no hace una explicación analítica de los elementos que componen el Reino. No, Jesús cuenta apasionadamente que el Reino de los cielos es lo más importante que a una persona le puede pasar. No hay nada igual. Entrar, participar del Reino de los cielos es solo comparable a encontrar un tesoro en el campo o una perla de grandísimo valor. Es muy importante notar el mensaje de estas dos primeras parábolas: los hombres que hicieron estos hallazgos no se quedaron quietos, fueron corriendo e hicieron todo lo necesario para poseer el tesoro y la perla. Para el que ha descubierto el Reino de los Cielos ningún precio es demasiado alto. Quien ha descubierto a Jesucristo tiene que tomar postura. No se puede quedar quieto.
La última parábola de este evangelio nos relata una gran pesca: la invitación a formar parte de este Reino es para todos los hombres. Por eso en esa red se recogen toda clase de peces. Dios aceptará en su Reino a quien quiera. Pero no es menos cierto que según como cada uno vivamos nos haremos más o menos merecedores de entrar en el Reino.
Cada día en la oración del Padre nuestro pedimos que “venga a nosotros tu Reino”. Pidamos a Dios, sí. Y trabajemos ya hoy aquí para hacernos merecedores de ese Reino. Y no olvidemos nunca esta palabras de san Ambrosio: “Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el Reino”. Sí, el Reino puede empezar, de algún modo, aquí en la tierra. Depende de ti.
¡Feliz verano a todos!
Rubén Ruiz Silleras.