Comentario evangélico. Exaltación de la Santa Cruz.
Domingo Exaltación de la santa Cruz. 14 de septiembre de 2014, ciclo A. Juan 3,13-17.
Orgullosos de la Cruz
Todo el capítulo 3 del evangelio de Juan es un diálogo entre Jesús y Nicodemo, un magistrado judío. Jesús explica, con paciencia y detalle, a Nicodemo lo misterios de la fe.
El evangelio de este domingo es parte de esa catequesis. Jesús le dirá a Nicodemo que el Hijo del hombre “tiene que ser elevado”. Solo si se produce esta elevación, todo el que cree en Él tendrá vida eterna. Participar de la vida eterna es lo que creemos muchos hombres y mujeres de fe, por eso es necesario entender bien estas palabras de Jesús. Veámoslo despacio.
En primer lugar el título “Hijo del hombre” está haciendo referencia al propio Jesús. De hecho es uno de los títulos preferidos por Jesús. La expresión “tiene que ser elevado” está haciendo referencia a la Crucifixión. Moisés en el desierto “elevó” una serpiente en su cayado para guiar al pueblo hacia la tierra prometida, ésta fue una elevación no perfecta. En la cruz Jesús “elevó” su propia vida. En los maderos de la cruz, patíbulo de los peores criminales, Jesús ofreció libre y generosamente su vida. Para el evangelista Juan este ofrecimiento de Jesús (“elevación”) le valdrá el reconocimiento de Dios su Padre que lo “glorificará” (resucitará). Solo Dios de la muerte puede sacar vida. Por eso la cruz, instrumento de muerte, Jesús la ha convertido en signo de vida y de salvación.
Es verdad que esta “elevación” de Jesús en la cruz puede hacer brotar numerosas preguntas a nuestra razón. ¿Por qué la cruz? ¿Por qué esta suerte para Jesús? Desde la fe, tenemos que ser humildes: no podemos entrar en la mente de Dios. Él, nuestro Padre, tiene sus caminos. Pero si hay algo de lo que no podemos dudar es que Dios no abandonó a su Hijo en la cruz. Dios ama a su Hijo Jesucristo y ama al mundo, a los hombres y mujeres. Dios nos dio (nos ha dado) a Jesucristo para que vivamos eternamente. Por eso la cruz no es signo de muerte sino de vida, no es signo de condenación sino de salvación. Porque nadie hay más grande y más noble en esta vida que aquél que es capaz de entregar su propia vida para que otros puedan vivir. Una mamá estaba embarazada y gravemente enferma. Los médicos le dijeron que si seguía adelante con el embarazo y nacía su hija, ella moriría con toda probabilidad. La mamá decidió seguir adelante, su hija nació y ella murió al poco tiempo. Dio su vida para que su niña pudiera vivir. Una historia entrañable. Jesús en la Cruz dio su vida para que todos podamos vivir para siempre. Por eso la Cruz no es para los cristianos motivo de tristeza, sino de esperanza y de fe.
No hay Iglesia en la que falte una cruz. En muchas de nuestras casas también tenemos un crucifijo, muchos lo llevamos colgado al cuello. Que no dejemos hoy de besar la Cruz del Señor. Aprendamos como Jesús a vivir nuestra vida para que otros vivan y sean felices.
Rubén Ruiz Silleras.