Comenmtario evangélico. Domingo 27 Ordinario, ciclo A.
Domingo XXVII del Tiempo ordinario, ciclo A. 5 de octubre de 2014. Mateo 21, 33-43.
En serio, ¿está todo hecho?
Esta parábola reflejaba muy bien la situación de la propiedad de la tierra en la Palestina del siglo I. La mayoría de la tierra estaba en posesión de las clases altas que vivían en las ciudades y arrendaban sus posesiones a campesinos que las trabajaban y las hacían producir. A su tiempo estos campesinos estaban obligados a entregar el fruto de la cosecha al dueño o a los enviados del dueño. El relato hasta aquí podría reflejar muy bien la realidad. La parábola, sin embargo, presenta dos detalles que no hay que pasar por alto.
El primero: en nuestra parábola es el propio propietario quien trabaja la viña (en la realidad no sería así, lo más probable). Y no lo hace de cualquier manera sino que lo hace con un cuidado extremo: plantó la viña, la rodeó, cavó el lagar,… Este propietario es extremadamente delicado con su viña. Este propietario tan solícito es el Creador, Dios Padre que ha dispuesto desde siempre y con cuidado todo para el bien del hombre.
El segundo detalle de la parábola es negativo: los labradores son violentos, tanto que mataron sucesivamente a todos los enviados que mandó el propietario. Hasta a su propio hijo. Sabemos que hubo revueltas de campesinos que se rebelaban contra las familias de las clases altas o contra los romanos que cobraban los impuestos.
Pero una cosa es protestar y otra cosa es asesinar. Con este giro de la parábola Jesús está anunciando su propio destino: Él es el hijo de Dios mandado en primer lugar al pueblo de Israel. Ha sido este pueblo de Israel (no todo, parte de él, especialmente las autoridades religiosas a las que Jesús dirige la parábola) el que le ha rechazado. Los sacerdotes y ancianos responden sensatamente a la pregunta sobre la parábola: pues si esos labradores no han sido cumplidores, el dueño les castigará y buscará a otros que sean cumplidores. Sin darse cuenta, la parábola se estaba refiriendo a ellos. Los responsables religiosos del pueblo de Israel no supieron ni quisieron recibir a Jesucristo. Por eso, a partir de este hecho, la oferta de salvación de Dios –a través de Jesús- se dirigió a todos los pueblos, sin excepción.
Ahora bien esta parábola también tiene un mensaje para nosotros, cristianos de este tiempo. El propietario de la viña sigue siendo Dios. Nosotros, los responsables de su cuidado y, en la parte que nos toca, hemos de procurar que esta viña dé buenos frutos. Esta viña, por si alguien se lo pregunta, no es una imagen. Es el mundo, la Iglesia, nuestra familia, nuestra parroquia, nuestro pueblo, nuestra comunidad de vecinos, el mundo del dolor, los enfermos, los parados, los más necesitados…. ¿De verdad que está todo hecho?¿de verdad que ya no hay nadie que esté deseando oír una palabra de esperanza?¿es cierto que este mundo ya no tiene necesidad de Dios?
Venga, venga, ¡que hay mucho que hacer! Que nadie diga que este evangelio no va con él. ¡A trabajar en la viña!
Rubén Ruiz Silleras.