Comentario evangélico. Domingo 1 Adviento, ciclo B.
“Mirad” es la primera palabra que el Señor pronuncia a nuestro oído en el nuevo año litúrgico. “Mirad”, que es más que “oíd”. Las profecías se escuchaban, pero es que las profecías ya están cumplidas: el Señor vino, y esto lo hemos visto; viene, y también lo hemos visto. Es más, lo vemos cada día. Aún así, seguimos esperando: vendrá, por eso todavía hemos de aguzar el oído. Para esta espera, el Señor añade un nuevo verbo. Es el verbo “vigilad”, que nos llama la atención sobre el objeto escatológico del adviento que hoy empezamos.
No somos meros nostálgicos de la venida histórica de Cristo, que ocurrió hace más de dos mil años. Tampoco somos meros espectadores de la venida sacramental y eucarística —¡real!— que acontece en cada misa. Contemplando el hecho de la Navidad y el misterio de la Transustanciación, abrimos los ojos a la actualidad de la presencia de Dios, tan fecunda en bendiciones y gracias, disponiéndonos a acoger al que vendrá en el momento de nuestra muerte y al final de los tiempos. El “vigilad” se transforma en un “velad” que bien podría ser explicado a través de la parábola de las vírgenes sensatas y las vírgenes necias.
La espera no es la pasividad de quien sabe que algo va a suceder más tarde o más temprano y que se conforma con la resignación. La espera que nos propone Jesucristo es una espera de protagonistas, que deben mantener los ojos bien abiertos y las lámparas encendidas. Las lámparas de la fe que solo alumbran con el aceite de la caridad y la llama de la esperanza. Además es la espera de la única noticia que puede dar sentido a la vida limitada de los que deseamos vivir sin límites, por eternidad de eternidades. Por eso decimos con el profeta: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!”. Ven ya, Señor. ¡Ven, Señor Jesús! ¡Maranatha!
Frecuentemente oímos decir que el adviento es tiempo de esperanza. Sí, pero no solo. No es una espera vacía, sino la espera del que es nuestra fe: el Señor que se hace cercano en cada persona y en cada acontecimiento, en la vida ordinaria, mostrándonos su camino. Mostrándonos su costado abierto a través del cual se nos dispensa toda vida. ¿Adviento? Sí, adviento. Esperando, agradeciendo, deseando la aparición gloriosa de nuestro Dueño. Con María, la Virgen, la que mejor recibió al Anunciado.
José Antonio Calvo Gracia