Comentario evangélico. Domingo de Ramos, ciclo B.
¿No contestas nada?
Es la pregunta de Pilato y ante ella Jesús no contesta nada. El gobernador queda extrañado. Quiero detenerme hoy, puerta de la Semana Santa, en este silencio de Jesús, pues estoy convencido de su elocuencia: ¿qué dice Jesús a Pilato con su silencio?, ¿qué me dice a mi?, ¿puedo comunicarme, callando?
El silencio de Jesús es teológico. Por supuesto que es cumplimiento de las Escrituras Santas. Es un silencio que unifica Belén con el Calvario, el ayer con el hoy. La pregunta de Pilato es más educada que los gritos de quienes, con burlas, piden al Señor que se baje de la cruz. Pero es la misma pregunta. Es la pregunta de quienes, incluso sin darse cuenta, adoran al príncipe de este mundo, que es señor de la mentira. Esta pregunta que pide cuentas a Dios es la que se pronunció en el Paraíso: “¿Cómo os ha dicho Dios…?”.
Y “Jesús no contestó más”, porque lo había dicho todo. Nos había enseñado el Padrenuestro, el mandamiento nuevo, las bienaventuranzas, nos había dado la Eucaristía. ¿Qué más podía decir ante los hombres? Jesús solo hablaría ya ante Dios: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Y de nuevo el silencio, tan solo roto por su fuerte grito al expirar y por la confesión de fe del centurión: “Realmente este hombre era Hijo de Dios”.
No sé si estas idas y venidas sobre el silencio divino servirán de algo, por eso tengo que añadir un deseo: ojalá vivamos esta Semana Santa desde el silencio. No el silencio del encogido de hombros, sino el silencio de los confiados en los designios de Dios. Silencio ante el misterio: que nuestros tambores, aun tocando, no rompan el silencio; que en nuestras celebraciones sagradas haya silencio; que en nuestras calles se note el silencio de los cristianos no porque callen ante la miseria humana, sino porque continuamente adoren al Dios más que sorprendente. Y que este silencio nos lleve a la conmoción, a las lágrimas agradecidas, a la espera luminosa que será realidad plena al domingo siguiente.
Silencio respetuoso ante los planes de Dios, aunque se mofen de nosotros, aunque causemos risas y burlas a los sabios y entendidos del mundo. Un silencio sereno y sabio como el del que, justo como san José o el anciano Simeón o la profetisa Ana, saben que pronto llegará un domingo definitivo en el que la humanidad entera entrará en el descanso de Dios. No en el descanso de la muerte, sino en el descanso de la vida que no cansa. Hoy con María, palmas en las manos. El viernes con María, al pie de la cruz. Y, con María, como hijos, el domingo, con la alegría del que sabe que Dios no defrauda.
José Antonio Calvo Gracia