Comentario evangélico. Santísima Trinidad, ciclo C.
Para asombrarnos
Las fiestas que estamos celebrando en estos domingos son fiestas para el asombro. Los primeros filósofos se preguntaron por la causa de las cosas porque el orden natural –el cosmos– les producía asombro y llegaron a ciertos conocimientos. Conocimientos muy valiosos, cada vez más valiosos que revelan que el hombre es capax Dei, capaz de Dios, en cuanto que su impronta racional, propia de alguien que ha sido creado a imagen y semejanza del Creador, le permite conocer la Verdad y amar el Bien. Pero esa capacidad tan real como la vida misma es insuficiente, como insuficiente es un concepto por muy dinámico que sea. Se hace necesario que Dios hable a la humanidad directamente, con su lenguaje, se hace necesaria la Revelación y se hace necesario que lo revelado sea inteligible y máximamente eficaz: Jesús, el Cristo, es la palabra plena y definitiva de Dios para el ser humano, de modo que fuera de él no hay salvación, porque fuera de él nada tiene sentido ni dirección. Y Jesús ha hablado. Se ha comunicado, comunicando un mensaje y comunicándonos su vida misma, la vida de Dios. Para asombrarnos, es la Encarnación.
Para asombrarnos, es la Redención, Para asombrarnos, es la Santificación. Y para asombrarnos, es que Dios viva en mi. El mismo Dios es para asombrarnos: Padre, Hijo y Espíritu Santo. “Todo lo que tiene el Padre es mío”, “el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena”, “el Espíritu recibirá de lo mío y os lo anunciará”. Lo hemos escuchado o lo vamos a escuchar en la misa de hoy, pero hay que ir más allá: la proclamación suscita la fe y hace de la asamblea una comunidad creyente, pero es necesario que se convierta en una comunidad amante. No se trata de una necesidad moral o intelectual, se trata de una necesidad vital. Y para ser asamblea amante, hay que adorar, que en su etimología no es otra cosa que llevar a los labios para besar en uno de los gestos personales más íntimos que se puede pensar. La llamada de hoy ante el asombro de Dios Trinidad es una llamada a adorar. A adorar con el Catecismo en una mano y con el Misal, en la otra. A adorar con la Palabra y con el Cuerpo en los labios. Pero me voy a callar. Calla y contempla; calla y adora.
El próximo domingo seguiremos asombrándonos: Dios es eucaristía para que me lo coma. No es una metáfora. Por la comunión de su CORPUS, el nacido de la Virgen Madre, el Padre con el Espíritu vienen con el Hijo a mi, para darme su cielo de vida.
José Antonio Calvo