Comentario evangélico. Domingo 12 Ordinario, ciclo C.
Es un tópico de las filosofías y movimientos culturales contemporáneos la importancia de construir bien las preguntas. Ninguno de los lectores de estas palabras duda de la pertinencia y del enfoque de la pregunta de Jesús “y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Normalmente se hace hincapié en la necesidad de que el cristiano -el que se encuentra cara a cara con Jesús- dé una respuesta desde su vida: una respuesta experiencial, decimos.
Sin embargo, hoy quiero detenerme en las consecuencias de la respuesta verdadera, que es la afirmación de Pedro, diciendo que Jesús es “el Mesías de Dios”. A Pedro, los problemas no le vinieron del acto de fe en la divinidad de Jesús. Al menos, de la mera afirmación verdadera. Los problemas le vinieron de las consecuencias que Jesús saca de ella. La primera consecuencia es la realidad del Mesías sufriente: el Redentor que nos salva por su Cruz y Resurrección, por su sangre. Es difícil encajar en una mentalidad mundana el sufrimiento de Dios, su muerte, su abajamiento, pero esta es la realidad. Realidad que, por otra parte, enerva al diablo y a los que quieren que la salvación sea algo plano, demasiado humano, en la que el papel de Jesucristo sea meramente ejemplar. No es una teología rancia afirmar que mis pecados han sido pagados con la sangre de Cristo: es lo que canta la Escritura, la liturgia y la teología patrística. Además es lo que entiende el sentido de la fe de los fieles: observen sin prejuicios la religiosidad popular.
Cargar con la cruz. Ya no estamos en el terreno de las creencias: es el momento de que la fe, la esperanza y, sobre todo, la caridad informen –modelen y moldeen- la vida del cristiano. Perder la vida por Jesucristo no es algo intrascendente ni facilón, es una exigencia para el ser humano en toda su integridad: perder la vida comunicando la fe, perder la vida compartiendo el amor, perder la vida sujetando las concupiscencias,perder la vida, ¡perdiéndola! ¿Qué es lo que tememos perder? Ahí está la cruz de cada día. No pensemos en general, pensemos en particular: ¿qué temo perder? Díselo a la Virgen, puerta de Misericordia, y ella, con el Espíritu Santo, te conducirán.
José Antonio Calvo