Comentario evangélico. Domingo 14º Ordinario, ciclo C
El cántico y profecía de Isaías que nos sirve en este domingo de primera lectura es un anuncio de paz a Jerusalén. Pero Jerusalén no es una denominación geográfica o topográfica, Jerusalén es el destino eterno de los creyentes. Jerusalén es nuestra Jerusalén, adonde llega ese torrente en crecida que es la salvación que brota del costado abierto de nuestro Salvador. En esta visión, el autor sagrado pone entre paréntesis la realidad cotidiana de las cruces germinadas junto a las alegrías, para resaltar el advenimiento de los cielos nuevos y la tierra nueva en los que Dios lo será todo en todos.
¿Mientras tanto? El envío, de dos en dos, en comunión, en Iglesia, ¡católicos! Enviados “como corderos en medio de lobos”, abrazados a la indigencia del saber que no tenemos nada y que todo lo hemos recibido gratis. Si nada tenemos y si sabemos que la Providencia nos lo da todo, ¿qué sentido tiene preocuparse por lo que no tiene valor de eternidad? Sin embargo, guiados en la Iglesia por el Espíritu Santo, alcanzamos a entender que las cosas más pequeñas y más pobres, hechas por amor de Dios, tienen sustancia de cielo. Cada una de estas pequeñas cosas es lugar de anuncio y de evangelización: el caminar y el descansar, el comer y el beber, el trabajar y el descansar, hasta el recibir el salario. Vivir la vida con esta certeza de la presencia de Dios en las cosas pequeñas es experiencia de la santidad en nuestras vidas y experiencia de la capacidad que tenemos de santificar a los demás con nuestra entrega. “Corderos en medio de lobos”. “Rechazados”. No podemos prescindir de este contrapunto que enriquece la coralidad de la vida cristiana. Estamos en medio de lobos con piel de oveja: no podemos dejar que determinadas ideologías nos seduzcan y nos engañen porque en ellas hay rastros de bondad. Hay que examinarlo todo a la luz del Evangelio, quedarse con lo bueno y denunciar lo que elimina a Dios y aniquila al hombre.
Esta madurez de la vida de la gracia nos pondrá también en situación de rechazo o de expulsión por parte del mundo. Nos dará pena, porque llevamos la curación y la paz, pero si nos rechazan, ¿qué podemos hacer, sino seguir rezando?
“Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo”. Qué alegría poderlo escuchar de Jesús y, al mismo tiempo, ver asentir a la Virgen María.
José Antonio Calvo