Comentario evangélico. Domingo 16 Ordinario, ciclo C.
Hospederos de Dios
No deja de ser paradójico que el Creador de todo pida hospedaje a sus creaturas. Sin embargo esta paradoja nos dice mucho de nuestro Dios y de su respeto a la libertad y el respeto a su creación. La escena de la encina de Mambré es prueba de ello, pero sobre todo el momento que aparece reseñado en el evangelio. Además de pedir y disfrutar de la hospitalidad de las personas, Dios es siempre luz y bendición, fecundidad: “Cuando yo vuelva a verte…”.
Un primer paso: recibir a Jesús en mi vida. Lo de dividir las vocaciones en tipo A (martas) y tipo B (marías) no funciona. No se puede escuchar al Maestro y desatender el servicio de los hermanos. Es cierto que parece que algunos de los carismas en la vida de la Iglesia acentúan esta visión, pero no es así. El Señor no recrimina a Marta su hospitalidad, sino su preocupación y su inquietud, su activismo y la rabia que provoca. Pasa en todas las familias, siempre hay alguien que lo hace todo con mucha servicialidad. El problema es la queja: si lo haces, hazlo por amor; si necesitas ayuda, pídela con sencillez; pero no te quejes, no dejes que la rabia te impida ver a la otra persona como un don, no juzgues. Y, sobre todo, haz como Teresa de Calcuta: si tu trabajo se multiplica y parece que no vas a llegar, haz una hora más de adoración, dejando en las manos del Señor tus agobios. Él hace las cosas antes, más y mejor. Esa es la mejor parte, la única necesaria. Así el buen discípulo tiene las manos y los pies de Marta y, al mismo tiempo, los ojos y el corazón de María. Es… ¿cómo se dice? ¡Un contemplativo en medio del mundo!
Un segundo paso: “Recíbase al huésped y peregrino como al mismo Jesucristo”. Lo dice san Benito, cuya fiesta celebramos el lunes pasado. Este santo padre de monjes y patrono de Europa lo sabe: ha caldeado su corazón con la misa, los salmos y la oración, ahora es necesario recibir al huésped, como si fuera hermano, porque es hermano y lugar de la presencia de Dios. Ya se han acabado las campañas y parece que los emigrantes todavía pintan menos. Vamos a pensar en nuestra oración y en nuestra acogida y vamos a ponerlas con sinceridad ante los ojos de Dios, para que sean purificadas, para que sean las de un santo. María, puerta de la Misericordia, nos enseña cómo hacerlo.
José Antonio Calvo