Comentario evangélico. Domingo 18 Ordinario, ciclo C.
Necios y sabios
El sabio, para Aristóteles, es el que conoce las causas de la realidad y las conoce
desinteresada y contemplativamente. Es una buena definición, capaz de hacer tambalear los cimientos de las ciencias experimentales tan pagadas de sí mismas. Pero no es suficiente. La sabiduría está en atesorar tesoros en el cielo, en ser rico ante Dios. Ante esto, surge la pregunta: “¿de quién será lo que has preparado? Porque lo que es cierto
es que dedicamos la mayor parte de la vida a preparar cosas o a prepararnos.
El papa Francisco utilizó en el comienzo de su pontificado algunas fórmulas muy expresivas: “los sudarios no tienen bolsillos” y “no he visto en ningún duelo un camión de mudanzas detrás del ataúd”. El pensamiento más generalizado en España es que hay que, en medio del estado de bienestar, asegurar la pensión de los jubilados y la sanidad. Como si pensión y sanidad fuesen las tablas de salvación de quienes están en riesgo de vivir en soledad. Antes, los padres se preocupaban por dejar una hacienda a sus hijos. Ahora, ni eso: tan solo se preocupan de asegurar, como escribía María Zambrano, dinero y sexo. Perdón si estas generalizaciones molestan a algunos -a los que intentan vivir contracorriente y según el Evangelio-, pero este es el drama de nuestra hora.
En la Iglesia, seguimos preocupados por transmitir la fe y, sin embargo, no nos preguntamos si hay alguien a quien transmitirla: no nacen niños. Este no nacer niños está directamente relacionado con la sabiduría y la necedad. Los sabios de este mundo piensan que regulando la natalidad el progreso está asegurado. La Iglesia, madre y maestra, con la Escritura Sagrada sigue afirmando y creyendo que la “herencia que da el Señor son los hijos”. Dentro de la Iglesia, también hay cristianos mundanizados que hacen de la llamada paternidad responsable un principio absoluto, cuando es un principio relativo o incluso un medio.
Estamos en una hora crítica no porque en España se haya instalado el desgobierno. Estamos en una hora crítica porque se ha desvanecido la esperanza, porque el Evangelio radiante ha quedado eclipsado por nuestro conformismo, tibieza y pecado. Pero el eclipse solo es un estado no definitivo. A los fieles, se les dice: “Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él”. A la Virgen, puerta de la Misericordia, se lo pedimos sin cesar.
José Antonio Calvo