Comentario evangélico. Solemnidad de Cristo Rey, ciclo C.
¡Contigo y en el paraíso!
No me importaría nada ser el ‘otro’ de los malhechores crucificados y escuchar de Jesús “en verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”. Me imagino la alegría y el júbilo: ¡con él!, ¡en el paraíso! Y todo, por aceptar mi realidad pecadora, el castigo que conllevan mis muchos delitos, defender a Jesús de quienes lo maldicen y pedirle compasión. Mientras el Cristo es maldecido por magistrados, soldados y delincuentes, el ‘buen ladrón’ experimenta la gracia de Dios que le llama a sentir contrición por sus muchos pecados y a iniciar la vuelta a casa cuando todo parecía perdido.
Cristo Rey del Universo es magnánimo y no deja de hacer sitio en su reino a quien se decide, en el momento que sea, a pedirle misericordia y un lugar junto a él. Qué distintas las ambiciones de este pobre de las de la madrede los Zebedeos: el malhechor arrepentido pide un recuerdo, la mujer pretenciosa exige un puesto; al primero, Jesús le asegura el paraíso y a la segunda, cruz para sus hijos. Aunque mirándolo bien, en ambos casos hay cruz. El malhechor, al darse cuenta de la justicia del madero, irá al cielo. Los hijos del Zebedeo comprenderán en la cruz lo que es ser apóstol de la salvación y se harán merecedores de ella. La cruz, el vaso que recoge toda la plenitud divina desde la que se reconcilian todas las cosas.
La cruz, el árbol desde el que Jesucristo hace la “paz por la sangre de su cruz”. La cruz, el madero en el que Dios Padre nos capacita en Cristo para “compartir la herencia del pueblo santo en la luz”. La cruz, Jerusalén hacia la que nos dirigimos y donde está el único tribunal de justicia que puede declararnos libres y hacernos hijos de Dios. La cruz, alianza definitiva y lugar de la unción real.
Qué grande la pedagogía de nuestro Dios y de nuestra Iglesia que en el día en que celebramos la realeza de Cristo y la gloria de su reino, nos hace mirar la cruz como puerta que nunca se ha cerrado ni se cerrará. Aunque en estos días se cierren las hermosas puertas de nuestras catedrales y ‘seos’, la misericordia anunciada, invocada, adorada y comulgada no se acabará jamás.
La misericordia es ciencia de paz y solo se aprende en la cruz, de la que manan los sacramentos de la Iglesia y la Iglesia misma. Aunque todo el mundo se burle de ella, aunque siga siendo para muchos necedad y escándalo, la cruz sigue siendo nuestra única posibilidad. La eucaristía de la cruz; la confesión de la cruz; el bautismo de la cruz; el orden de la cruz y el matrimonio de la cruz; la confirmación de la cruz y la unción de la cruz son los atributos de este nuevo reino de la gracia y la paz, de la misericordia y el perdón. María, no nos cierres nunca tu puerta y no consientas que la puerta de la gracia en la Iglesia se cierre paranadie.
José Antonio Calvo