Comentario evangélico. Domingo 5º de Cuaresma, ciclo A.
Te sacaré de tu sepulcro
El Señor viene para sacarme del sepulcro, del lugar de la muerte, de mi muerte. Una muerte que se puede dar en vida: una especie de muerte existencial, en la cual el principal enemigo de mí mismo soy yo. Es la cerrazón, la autosuficiencia, la independencia que me aísla, la desconfianza que hace que me vea como un ser impresentable y despreciable. El deseo de salir de la muerte es más pequeño que la confianza en la misericordia de Dios. La desesperación me puede. El enemigo triunfa.
Este tipo de vida -o de muerte- no es humana y tampoco es divina. Es más bien la esclavitud de Egipto, el destierro y la deportación. No es el plan de Dios para el ser humano y, por eso, nuestro incansable Creador viene a nosotros para salvarnos. Adónde se dirige la salvación: a la muerte existencial –que es el pecado- y a la muerte eterna. La segunda es consecuencia de la primera. Y aquí tenemos a Cristo, el amigo que, por su poder divino, devuelve a Lázaro a la vida y que a nosotros, por su ofrenda pascual, nos hace hijos de Dios. Liberándonos de la esclavitud del pecado, nos libra del morir eterno, nos hace ciudadanos del cielo.
Esta liberación por el misterio pascual de Cristo es única y perenne: una sola vez y con eficacia eterna. Pero nosotros estamos en el tiempo… y el pecado, aunque ya no tiene dominio sobre nosotros, sigue siendo una realidad en nuestras vidas. En una sola palabra, pecamos. ¿Resta esto algo a la Redención?, ¿le añade algo? Jesucristo, obediente al plan de Dios, ha dispuesto los sacramentos para que, en el tiempo, no quedemos desamparados. A los que nos regala y exige la fe, como a Marta, nos congrega en la Iglesia, no en la de los ‘anónimos’, sino en la de los hijos. Lo hace por el bautismo. Y, una vez dentro de esta asamblea santa, pone a nuestra disposición los santos sacramentos: la eucaristía que nos fortalece y la penitencia que nos cura. Esto sí que es un sistema social: todo lo que necesitamos para vivir se nos da a coste cero; tan solo se nos exige aceptar, querer, desear, amar.
Te sacaré del sepulcro. Aunque los que estén a tu lado piensen que ya no hay nada que hacer contigo y digan que llevas “cuatro días enterrado” o que “ya huele mal”. Te sacaré, pero es necesario que quieras, que digas “sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”, que te acerques a mí, en la Iglesia, a mis ministros para que se realice el milagro del nuevo nacimiento.
Entramos en la última semana de Cuaresma, llamada tantas veces de ‘Pasión’, una pasión de amor, y se nos plantea el bajar por la escalera de la humildad, hasta el fondo del Mar Rojo, sin ninguna seguridad, aunque parezca que voy a morir y las olas me den miedo. Este es el ‘morir’ que abre a la vida: morir a nosotros mismos, resucitar por él, con él y en él.
María, la Bienaventurada Virgen María, es quien está al lado, recogiendo la mortaja del pecado y ayudando a Jesús a vestirme la túnica nueva para la Pascua.
José Antonio Calvo