Comentario evangélico. Domingo 2º Pascua, ciclo A.
Más que milagros
Durante la Cuaresma hemos contemplado algunos de los ‘signos’ del Evangelio según San Juan. Estos signos son verdaderos y portentosos milagros. ¿Se acuerda de la curación del ciego de nacimiento y de la resurrección de Lázaro? El primero revela que Jesús es ‘luz’; el segundo, que es ‘vida’. Pero lo que hemos
vivido sacramentalmente -es decir, realmente- en la celebración del Triduo Pascual lo cambia todo: el principal signo es ya el mismo Jesucristo resucitado, lleno de gloria y que conserva intactas las llagas de su pasión. Junto al SIGNO -así, con mayúsculas- está el signo que es la Iglesia y los signos que son los sacramentos. Aquí es donde quería llegar: Jesús ya no realiza signos ante las gentes, resulta que ahora los realiza entre los suyos, en la Iglesia.
Menudo signo ver a Jesús en el atardecer de aquel domingo realizando un verdadero Pentecostés: “Recibid el Espíritu Santo”. Es como para quedarse pasmado, escuchando al Señor que nos dice: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y nos envía con su bendita paz, para reconciliar pecadores y perdonar pecados. Con poder, incluso,para retenerlos. Sin el Espíritu no podemos: ¿Cómo ser hijos de Dios sin el Espíritu? ¿Cómo dejar la debilidad y la caducidad de la vida carnal sin el Espíritu? ¿Cómo ser santos sin el Espíritu? Él lo sabe y, por eso, nos lo da “por su gran misericordia”: “esperanza viva”, “herencia incorruptible”, “reservada en el cielo”... ¡Salvación! Eso sí, “aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas”.
“Recibid el Espíritu Santo”... y Tomás, Dídimo o el Mellizo, “no estaba con ellos cuando vino Jesús”. No pasa nada: Jesús va a hacer otro signo, para que el incrédulo crea con fe suficiente para ser mártir. Como escribe san Gregorio Magno, “¿es que pensáis que aconteció por pura casualidad que estuviera ausente entonces aquel discípulo elegido?”. Es más, este papa santo y doctor de la Iglesia afirma que hasta la duda de Tomás está en el plan de Dios. ¿Para qué? “Para que tocando el discípulo dubitativo las heridas de carne en su Maestro, sanara en nosotros las heridas de la incredulidad”. Y todo esto, por “divina clemencia”. O por divina misericordia. Tomás representa a todos los que dudan de Jesús, tanto a los que no conciben su divinidad, como a los que se quedan atónitos por su humanidad. Y esto es para nosotros un gran consuelo: cuando dudemos, podemos acercarnos al Jesús presente en los sacramentos para decirle con Tomás “Señor mío y Dios mío”. Y todo cambiará y seremos bienaventurados.
“Muchos otros signos…”. Piensa en tu vida y descubre los signos que el Señor te ha regalado. Y si no te son suficientes, pídele a la Virgen María que en Caná le arrancó a Jesús el primero de ellos: entonces consiguió que su hijo convirtiese el agua en vino; ahora, que transforme nuestra pusilanimidad en fuerza del Espíritu.
José Antonio Calvo