Comentario evangélico. Domingo 6º Pascua, ciclo A.
Razón, delicadeza, respeto
Menuda exhortación del apóstol san Pedro: estad “dispuestos para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza”. Preparados siempre para dar la cara por Jesús, tal y como corresponde a quienes han sido signados-ungidos en la frente con el signo del Espíritu. Además con una serie de actitudes básicas, cada una más difícil… razón… delicadeza… respeto… buena conciencia… Y lo que más me sorprende: “para que, cuando os calumnien, queden en ridículo…”.Queden en ridículo los agresores de la fe y la moral, los agresores de la vida nueva en Cristo. Ya se ve que este ridículo -que es compatible con la caridad-, en este mundo, solo será visible para los creyentes. Y, ¿en el otro? Será claro y meridiano como el mediodía. En el juicio universal unos, avergonzados, esconderán el rostro entre las manos y las rodillas; mientras otros, multitud, alzarán sus cabezas y sus manos para cantar y glorificar al Dios eterno.
Razón. Sí, con razón. Y no pensemos solo en la inteligencia, que no es nada sin la voluntad. La razón es lo distintivo de lo humano y, por eso, Dios que nos ha creado, no nos salvará prescindiendo de ella. Razón es amar la verdad y hacer verdad el amor. Pensar lo que es recto y ponerlo en acción. Fe y obras. Argumentos y acciones. Hechos y dichos. Como Jesús, que ‘predicó y dio trigo’.
Delicadeza y respeto. El mayor respeto es la humildad y esta supone “andar en verdad”. Pero la verdad, no es desagradable; no es violenta; no es ácida ni amarga. La verdad es luz y, por eso, para quien no está acostumbrado resulta molesta, como un pequeño purgatorio, en el que el ‘desacostumbrado’ a mirar la Luz cara a cara se ‘adapta’ y ‘aclimata’ para la claridad sin ocaso del cielo. Este ‘pero’ de la verdad es consecuencia de su carácter de plenitud y capacidad sanadora. Delicadeza… no es una virtud muy valorada hoy día y no me extraña porque quien no tiene experiencia de Dios no la puede entender: todo le resulta duro, difícil, esforzado, indignante.
Buena conciencia. Y esto no se consigue a base de ejercicios. Es necesario confrontarla con Dios y con los hermanos. El acompañamiento –o dirección- espiritual es fundamental para esta tranquilidad que todos deseamos. Oración, confesión sacramental, confidencia a un hermano o hermana en el camino de la fe y que sé que, con la luz espiritual, va a saber ayudarme a discernir la voluntad de Dios. Por cierto, si a estas alturas no tiene director espiritual, está perdiendo el tiempo.
¿Son posibles estas actitudes? Sí. Rotundamente, sí. Por la promesa del Señor: “No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros”. “Pediré al Padre que os dé otro Paráclito”. “El Espíritu de la verdad”. Este don del Padre y del Hijo, que es fruto de la Pascua, solo es conocido por quien vive en la familia, por los bautizados. Vivir en la familia -la Iglesia- significa ser confirmados por los apóstoles. En la primera lectura, nos encontramos con cristianos de Samaría que han recibido el bautismo y que hacen de su comunidad una ‘ciudad de la alegría’. Pero les falta algo: la confirmación. Hoy es un buen día para agradecer este don de Dios y de la Iglesia, pues el Espíritu Santo es el que hace posibles estas actitudes: nos da la razón, nos hace delicados y respetuosos, nos hace buena la conciencia.
Con María, esperamos este Espíritu de filiación, que llena los corazones de los fieles y enciende en ellos la llama del amor de Dios.
José Antonio Calvo