Comentario evangélico. Corpus Christi, ciclo A.
Todo está en el Pan
Todo está en el Pan y, por eso, la solemnidad de hoy es una fiesta para recordar y, si eres capaz de recordar, no te costará mucho trabajo ponerte a adorar. La primera lectura, del libro del Deuteronomio, es precisamente una llamada a hacer memorial de una liberación, la Pascua de los israelitas y su éxodo. Para nosotros, cristianos en la Iglesia de los sacramentos, el memorial es de la liberación definitiva, de la Pascua de Jesús que, por su muerte y resurrección, nos lleva, a través de un nuevo éxodo, de la condición de esclavos de la necedad autosuficiente, a la condición de hijos de Dios. Y este ‘paso’ -esta Pascua- está en el Pan.
El Pan nació en Belén, un topónimo que los filólogos dicen que significa ‘Casa del Pan’. Este Pan se coció, no en medio de pobreza, sino en el seno de la humildad, que esa es María, la Virgen- Madre. Por eso, me atrevo a decirte que solo quien se deja hacer en las entrañas de la Virgen, puede convertirse en pan que alimente a la familia humana. Este Pan no solo sacia el hambre, sino que también sacia la sed. Porque, como en quien está vivo, no cabe separación entre cuerpo y sangre, no puede disociarse el Pan del Vino. Un Pan que alimenta para el trabajo, capaz de santificar; un Vino que alegra la fiesta como en Caná.
Este Pan –cierra los ojos e imagina- es Belén y es Caná; es nacimiento y es milagro; es comunión de Dios con la naturaleza humana y es comunión nupcial de Cristo con la Iglesia. Y tanto en un lugar, como en otro, está ella. Está María, la que con su intercesión adelanta la ‘hora’ de Jesús.
Este Pan es eucaristía. De Jueves y de Viernes Santos. El jueves, ‘hora’ de cuerpo compartido. El viernes, ‘hora’ de cuerpo roto. Y también de Sábado silencioso y enterrado, grano de trigo que cae en tierra. Y de Domingo luminoso, de cosecha abundante. Renaciente, ¡vivo! Pan de resurrección, de vivir “para siempre”.
Este Pan es comulgado por unos y rechazado por otros. Oigo a Jesús que me dice “¿también vosotros queréis marcharos?”. Y yo, con humildad, lo adoro y después lo comulgo, y así, con mis hermanos, creeré que “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.
María, la Virgen, me muestra ahora a su Pan roto en los cuerpos de tantos y tantos hermanos. Me
pide que comulgue su dolor y su esperanza; me pide que me haga pan de comunión, de ‘caritas’.
José Antonio Calvo