Ciomentario evangélico. Semana Santa y Domingo de Pascua, ciclo B.
Vence la Vida
Un relato de vida y no de muerte Inicia el relato de la Pasión con la escena preciosa de la mujer anónima que unge el cuerpo de Jesús, el Señor en agradecimiento anuncia el recuerdo de esta mujer para siempre. Nosotros hoy, recordamos a esta mujer, pero hacemos memoria de Jesús. Memoria agradecida del Señor en este relato largo y rico de la Pasión que nos cuenta sus últimas horas de vida en este mundo. Podríamos pensar que es el relato de la muerte de Jesús, pero, debemos afirmar que éste es un relato de vida. Una vida, la de Jesús, con la que nadie ha podido acabar, ni siquiera el máximo instrumento de suplicio, la cruz.
El justo injustamente condenado
Es verdad que en algunas de las escenas de este relato tenemos que detenernos, y respirar profundamente. Porque es difícil entender cómo la crueldad de unos pocos hombres se volcó de una manera tan injusta con Jesús, cuya única misión en la tierra había sido anunciar el Reino de Dios y acoger, curar y fortalecer a todo el que se había acercado hasta Él. Es verdad que Jesús es el justo injustamente condenado. Pero ni las negaciones de Pedro, ni la traición de Judas, ni el abandono de los suyos la noche de Getsemaní, ni el trato infame que le procuraron los soldados nos deben hacer olvidar que éste es un relato de Vida. Porque su muerte no acabó en la nada, sino en la Resurrección, en la Vida. El sufrimiento y el mal desde Cristo ya no tienen la última palabra.
Es el domingo de Pascua
Y el texto de la Pasión tiene su lógico desenlace en el evangelio que con gozo proclamamos el domingo de Resurrección. María no ha visto a Jesús, solo el sepulcro vacío y ella que tanto amaba a Jesús regresó corriendo a Jerusalén para contar la noticia: “No sabemos dónde lo han puesto”. El sepulcro vacío no es sin más una prueba de la Resurrección, pero sí que lo podemos entender como un “signo” del poder de Dios que, en un acto de amor, ha arrancado a su Hijo de la muerte y lo ha glorificado a su derecha. Al final también Pedro y Juan se acercaron al sepulcro, vieron todo ordenado pero el cuerpo de Jesús no estaba. Y entonces creyeron. Recordarían todas las veces que Jesús, en su ministerio terrestre, les había advertido que Él moriría sí, pero que resucitaría de entre los muertos y siempre ya estaría con ellos. Hoy también nosotros creemos esta Buena Noticia, la mejor que podíamos esperar: Cristo está vivo como Él nos lo había prometido. Nos toca hoy a nosotros correr, ir a contarlo.
¡Que la luz de la Resurrección de Cristo ilumine todos los rincones de nuestro mundo! ¡Feliz Pascua a todos!
Rubén Ruiz Silleras