Comentario al evangelio. Ascensión del Señor, ciclo C.
Un final que es un comienzo
Nada termina en Betania
Como inicio de este evangelio, encontramos un anuncio que Jesús hace a los suyos de los acontecimientos que se iban a desarrollar en torno a su persona. Es una pequeña catequesis: Jesús es el Mesías, el ungido, el enviado por Dios. Sin la pasión y la resurrección no se entiende completamente la vida de Jesús. Y después de su resurrección empezará la llamada a los hombres para que se conviertan, para que vuelvan a Dios. En su nombre, se predicará también el perdón de los pecados. En estas primeras palabras de Jesús dos detalles a destacar. En primer lugar, la expresión impersonal: “se predicará la conversión”. ¿Quién será el sujeto de esa predicación, quién la llevará a cabo? ¿Jesús? No, él ya no. Él regresa hoy a su Padre. Esa predicación se hará en su nombre y con la fuerza de su Espíritu, pero serán los suyos los que la tengan que llevar adelante. El segundo detalle es que esta predicación será “a todos los pueblos”. La buena noticia ya no se puede identificar con ningún pueblo determinado, es para todas las naciones. Por lo tanto nada termina, nada concluye. La misión de Jesús debe seguir adelante.
Pero aún falta algo
Jesús prepara a los suyos, pero los discípulos en este momento todavía no pueden emprender la misión de la predicación hasta que no hayan recibido “la promesa de mi Padre”. Se está refiriendo al Espíritu Santo. Jesús les pide que hasta que no lo hayan recibido no salgan a la misión. Hacer lo contrario sería ir a la intemperie, ir a predicar a Jesús sin tener a Jesús. No debemos olvidar esto, todos nosotros que –de una manera u otra- somos testigos del Señor: no se puede ir a predicar a Jesús de cualquier manera. El testigo, el predicador, debe ser humilde, debe saber que actúa en nombre de Otro.
La Ascensión del Señor
Después de estas palabras, Jesús les invita a que le acompañen. Salen de Jerusalén, hasta Betania. Y allí se produce la ascensión de Jesús al cielo. La reacción de los discípulos ante la marcha de Jesús es inesperada. En este caso positivamente inesperada. Pues ellos se postraron para recibir la bendición de Jesús y regresaron a Jerusalén con gran alegría y se dedicaron a bendecir a Dios. ¿Alegría, bendición? ¡Pero, si su Señor se había marchado! A lo mejor lo esperable hubiera sido que se pusieran a llorar, que quedaran sumidos en el dolor. Pero no, se alegraron porque habían finalmente entendido correctamente a Jesús. No os dejo, les había dicho Jesús. Seguiré estando con vosotros. Todavía no podían empezar a predicar, debían esperar el don del Espíritu santo, pero en los corazones de aquellos hombres no cabía ninguna duda. Sentían a Jesús tan profundamente como cuando lo habían acompañado por los caminos de Israel. Y eso, lo tenían que contar.
Rubén Ruiz Silleras