Comentario al evangelio. Domingo 27º Ordinario, ciclo C
Fe auténtica y amor desinteresado
La fe, un regalo de Dios que hay que cuidar
Quizás sea ésta la oración que muchas veces le hemos dirigido a Dios: “Señor danos fe para afrontar esta vida, aumenta nuestra débil fe”. Es confortable comprobar cómo los primeros hombres que acompañaron a Jesús sintieron también la necesidad de dirigirle esta súplica. En el caso del evangelio que leemos en este domingo, esta súplica se la dirigen los apóstoles al Señor después de que él les ha pedido que perdonen siempre al que así se lo pida. No solamente necesitamos mucha fe para perdonar y para pedir perdón, sino también la necesitamos para el resto de los ámbitos de nuestra vida.
La semilla de la mostaza
Ante la petición de sus apóstoles el Señor les contesta con la imagen de la morera. No está hablando Jesús de una fe cuantitativa, es decir, no pide a los suyos montañas y montañas de fe. Sino una fe auténtica. Y esta fe puede ocupar el espacio que llena un granito de mostaza. La imagen que Jesús ha elegido es brillante. Viendo el granito de la mostaza (es diminuto) nadie diría que éste puede convertirse en un gran árbol. Así es –debe ser- la fe del creyente: pequeña, sencilla, pero auténtica. Esa fe que es capaz de las proezas más hermosas: dar la vida por los demás, vivir para los demás… No tanto para que nuestra fe crezca en cantidad, sino en autenticidad, le repetimos este domingo –y cada día- al Señor esta oración: “Señor, auméntanos la fe”.
El amor que no busca paga
La segunda parte del evangelio es otra enseñanza que Jesús dirige a los suyos en el camino hacia Jerusalén. Con esta parábola el Señor quiere mostrarnos cuál debe ser la actitud que el hombre debe adoptar ante Dios. En el trasfondo de la misma podemos intuir la creencia de los judíos fariseos que creían que el estricto cumplimiento de los mandamientos debía ser recompensado por Dios con diversas gracias. El mensaje sería éste: nosotros, cristianos, debemos cumplir nuestras obligaciones para con Dios y para con el prójimo. Y hacerlo de buena gana, con el corazón entero, sin esperar que por ello Dios nos vaya a premiar. Las últimas palabras de Jesús: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”, no las debemos entender en un sentido negativo o como una invitación a la resignación, todo lo contrario. No somos unos criados ante Dios, somos sus hijos que hemos recibido mucho amor. Y por eso tenemos la capacidad de amarle a Él y a nuestros prójimos. Y el amor cuando es auténtico no busca recompensa, ni paga. Al contrario, el que ama se siente afortunado de poder amar. Desde una lectura de fe es realmente hermoso hacer cada día nuestra misión y hacerla solamente por amor a Dios. Realmente somos unos afortunados por poder creer.
Rubén Ruiz Silleras