Comentario al evangelio. Domingo 6º Ordinario, ciclo A.
Mirar más alto
Ley antigua, ley nueva
Dios selló con Moisés una alianza en el Sinaí. Con él y a través de Moisés, con Israel. El vínculo que unía a las dos partes era la ley, expresión máxima de esa alianza. Esa ley antigua –tantas veces hay que repetirlo- no era un fin en sí mismo sino un medio, el medio que Israel tenía para, con su cumplimento, dar gloria a Dios. Con el tiempo se olvidó esa finalidad última tan noble para quedarse solo en el cumplimiento de la letra de la ley. Jesús quiere corregir esa visión equivocada de la ley y por eso se va a presentar en línea de cumplimiento de aquella antigua ley judía. En Jesús, la ley no es algo que obliga o que elimina o coarta nuestra libertad, sino que nos empuja a un lugar más alto. Efectivamente, no se puede ser cristiano de cualquier manera. La mediocridad o el conformismo casan mal con el cristianismo.
Cumplir la ley es cuestión de amor
Veamos detenidamente el evangelio. Las primeras palabras de Jesús ya nos ponen en situación. Los enemigos de Jesús (fariseos, escribas..) le solían acusar de que no cumplía la ley. Por eso Jesús ahora dirá que no ha venido a abolir esa ley, sino que ha venido a darle plenitud y su correcta interpretación. No serán leyes distintas. La ley antigua, la del Sinaí, ya prescribía el amor a Dios y el amor al prójimo. Jesús renovará y dará mayor fuerza a estas antiguas leyes. Y este es el mensaje para todos nosotros: solo por amor, por verdadero amor a Dios uno puede esforzarse en cumplir los mandamientos. Solo por amor uno puede ir más allá de sus propios intereses, egoísmos, particularidades y pensar más en el otro.
Distintos ejemplos
Jesús va desgranando en este evangelio distintas situaciones donde nos invita a ir más allá, a correr más fuerte, por ejemplo, en el ejercicio del perdón. ¿Qué es eso de estar enfadado con alguien y acudir a celebrar el sacramento del amor (la eucaristía) como si no pasara nada? Jesús hila muy fino porque nos quiere lo más semejantes a él, así también nos avisa (con el ejemplo del adulterio) que no solamente es pecado “hacer” sino también “pensar”. La ley judía antigua sí que contemplaba la separación matrimonial. Aquí Jesús corrige esa práctica y la única excepción que contempla parece que pueda responder a alguna situación específica de la primitiva comunidad cristiana. Se mantiene, no obstante, el criterio claro de que en la voluntad del Creador el hombre y la mujer deben permanecer unidos para siempre (Mt 19,5). Y además: no jurar, cumplir las promesas hechas al Señor, etc.
Citius, altius, fortius
La ley de Jesús nos invita a correr más alto, más rápido, más fuerte. A dar lo mejor de nosotros mismos. A mirar más allá de lo corriente, de lo ordinario. A construir un mundo nuevo, más justo, más humano.
Rubén Ruiz Silleras