Comentario al evangelio. Domingo 7º Ordinario, ciclo A.
En búsqueda de la perfección
Porque Dios es perfecto
Somos su criatura, reflejo de su ser, por eso la búsqueda de la perfección que nos pide Dios no es algo ajeno a nuestra naturaleza. Esta búsqueda de lo perfecto no significa que ninguno se busque así mismo o busque ser el más aplaudido. No, nada de eso. Recordamos cómo el domingo pasado también Jesús nos hablaba de la ley. Hoy, pasada una semana, seguimos contemplando este discurso de Jesús donde le da pleno sentido a la ley antigua. Todos nosotros seguimos corriendo en el estadio de esta vida. Y no vivimos solos ni aislados. Las leyes sirven para regular y ordenar la vida en sociedad. La ley de Jesús es un instrumento para hacer de nosotros hombres y mujeres más libres y más perfectos como nos sueña Dios.
Vencer el mal a fuerza de bien
La primera ley antigua que Jesús cita para llenarla de sentido es la conocida ley del Talión. Nos causa rechazo esta ley, ya que invita a la venganza. Si bien hay que decir que en su origen, cuando esta ley fue introducida en la legislación israelita significó un avance, pues estableció la proporcionalidad. Es decir si a ti un vecino te quemaba la mies por envidia, tú no le podías pagar asesinando a su hijo, sino quemándole su mies. En el contexto del Oriente antiguo esta ley suponía un avance en el sentido de la justicia. Pero Jesús siempre va más allá. Y por eso nos va a invitar no a la proporcionalidad sino al perdón. Este, el perdón, es una de las primeras leyes del Evangelio. Las actitudes a las que nos invita Jesús no son las actitudes del mundo o las que se considerarían razonables: ¿poner la otra mejilla? ¿Perdonar al que me ha agraviado? Sí, Jesús desde luego nos está pidiendo respuestas extraordinarias, fuera de lo normal, a situaciones de la vida que son muy frecuentes.
Vivir haciendo lo extraordinario
Y esto no acaba aquí. Se trata además de amar a nuestros enemigos y orar por ellos. Pero, ¿no es suficiente con perdonar al que me ha ofendido y luego olvidarme de él? No, no es suficiente. Tienes que amarle. Estas palabras de Jesús son difícilmente interpretables en otro sentido: amar significa amar, no tolerar, ni olvidar, ni consentir… No valen los rodeos ni los atajos. ¿Quién no quiere a los que le quieren? Sería una temeridad. Esto mismo pasaba en tiempos de Jesús. El corazón del hombre no ha cambiado tanto. También aquellos hombres querían a sus seres queridos. Pero hoy, entre nosotros, ¿quién es capaz de querer a los que no le quieren, a los que te pagan con indiferencia, a los que no corresponden a tus atenciones? La respuesta es difícil. Desde la fe sí sabemos quién es capaz de hacer esto: Dios. Sí, porque Dios es perfecto y quiere a todos sus hijos. Es pues Dios el espejo donde tenemos que mirarnos para intentar ser mejores, o ser perfectos.
Rubén Ruiz Silleras