Comentario al evangelio. Domingo de Pascua, ciclo A
En la Primitiva Comunidad fue necesaria la fe en la Resurrección. Sin experiencia pascual no se podía concebir un cristiano. Y ahora tampoco. Pero los caminos pueden ser distintos. Y en este relato se nos manifiesta que hay tres personajes: La Magdalena, Pedro y Juan y, sin embargo, cada uno va a tener acceso al encuentro con Cristo Resucitado de una manera diferente.
1.– María Magdalena se encuentra con Jesús a través de “su corazón apasionado”.
María busca el cadáver de Jesús. Ya que no puede verle, ni oírle, ni besar sus pies, se conforma con tener su cadáver para perfumarle. Esa precaria y fugaz presencia le servirá para paliar ese gran dolor que le produce el vacío de una “sentida y contumaz ausencia”. María Magdalena derrocha amor a Jesús por todos los poros de su ser, pero le falta fe. Está desfasada. Se ha quedado con el Cristo histórico y no ha dado el paso al Cristo de la fe. La aparición de “aquel hortelano” en el jardín no le basta. Aquellos interrogantes ¿A quién buscas? ¿Por qué lloras? todavía le ahondan más su dolor. Sólo cuando la llama por su nombre y en una exclamación le dice ¡MARIA! cae en la cuenta de que es Jesús el que la llama. Cuando una persona está enamorada, sólo el nombrar a la persona amada, le emociona, le estremece y no le deja hablar. Y, como no tiene palabras, la respuesta es otra exclamación: “RABONI”. María Magdalena nos ha abierto un camino para encontrarnos con Jesús– Resucitado: “El camino del corazón”. En estos dos meses malhadados de marzo y abril, miles de hombres y mujeres se han quedado en el camino. Ha sido muy duro porque no se nos ha concedido ni el precario gesto de acompañar los cadáveres. Pero la muerte no ha podido con el amor. Les seguimos queriendo. Y este camino del amor nos lleva a la fe. Jesucristo ha resucitado no sólo para Él sino para todos nosotros. Él ha ido por delante “a prepararnos un lugar, para que donde Él está estemos también nosotros” ((Jn. 14,3). No busquemos a nuestros difuntos donde ya no están. Les busquemos donde realmente están: “En el mismo corazón de nuestro Padre Dios”.
2.– Pedro necesita apariciones para llegar a la fe.
El texto nos dice que “entró en el sepulcro, vio las vendas y el sudario, pero no dice que “creyera”. De hecho, Jesús tuvo la delicadeza de aparecerse a él solo en el lago de Tiberiades. Era normal que para superar el impacto de haber visto a Cristo muerto en una Cruz, fuera necesario que Cristo se les hiciera presente a través de las Apariciones. Nos lo recuerda el mismo Pablo: “Se apareció a Jacobo, luego a todos los apóstoles, y al último de todos, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí (1Cor. 15-7-8). Seguramente que nuestra fe hoy no sea tan robusta como para prescindir de “apariciones”. Y esas apariciones existen si, como Pablo, hemos dejado a un lado las cataratas que nos impedían ver y hemos estrenados los nuevos ojos del amor para ver a Dios a través de los hermanos. En estos días tan trágicos se han dado en nuestras clínicas, en nuestros hospitales, en el cuidado a los enfermos, “verdaderos milagros del corazón”. Qué derroche de generosidad, de delicadeza, de ternura. Esas son las verdaderas apariciones de Jesús en nuestro tiempo. “Nosotros sabemos que hemos pasado dela muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1 Jn. 3,14).
3.– Juan se encuentra con Jesús sin necesidad de apariciones.
Nos lo dice el texto de hoy: «Entró, vio, y creyó”. Se puede llegar a la fe sin necesidad de apariciones. Y ésta es, a mi juicio, la manera que llegó María, la Madre de Jesús, al encuentro con su Hijo Resucitado. El evangelio no nos dice que Jesús se le apareció a su madre. Tampoco vemos a la madre de Jesús acompañar a las mujeres al sepulcro a embalsamar el cadáver de su Hijo. Cristo resucita el primero en el corazón de su madre. No tiene apariciones porque no las necesita. María, “la creyente” fue la única que esperaba la Resurrección. Y en aquel apagón de la fe al morir Jesús, la única lámpara encendida fue la de María, su Madre. A través de la Palabra de Dios, profundizada por el Espíritu Santo, tenemos un acceso a la fe del Resucitado. Sin necesidad de apariciones, con la Palabra de Dios, en la fe desnuda, nos podemos encontrar con el Resucitado. Y podemos hacer nuestra la bienaventuranza de Jesús a Tomás “Dichosos los que sin ver, creyeren” (Jn.20,29).
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