Comentario al evangelio. Domingo 5 C Pascua.
Benedicto XVI: lustro lustroso
Queridos amigos y hermanos: paz y bien.
Han pasado ya cinco años, un lustro lustroso desde que aquella tarde el Cardenal Ratzinger se asomó tímido al balcón de la fachada central de la Basílica de San Pedro del Vaticano y nos dijo aquello: los señores Cardenales han elegido como Sucesor de Pedro a un humilde trabajador de la viña del Señor. No era una humildad prestada y oportunista, sino la conciencia sincera y veraz de lo que había sido su trayectoria humana y cristiana.
Años atrás, superando su resistencia comprensible, terminó aceptando la invitación que le hiciera Juan Pablo II al nombrarle Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en aquel momento en que la confusión y el disenso teológico seguía oscureciendo la luminosa doctrina del Concilio Vaticano II. Durante el largo y fecundo pontificado del Papa Wojtyla, y como ayuda preciosa e inestimable a la Sede de Pedro, este teólogo y arzobispo alemán ya bien conocido por su pensamiento lúcido y profundo, fue recordando y proponiendo los senderos que hermanaban la fe y la razón, la verdad y la caridad, la bondad y la belleza.
No era filigrana retórica, ni literatura vacía, ni cantinela para encantar serpientes, sino una forma de anunciar a Jesucristo: el que por salvar la humanidad de la que estamos hechos, quiso despertar la fe que nos adhiere a Él y la inteligencia que sabe de razones; el que se nos presentó como la verdad y nos la narró en una caridad que llega a dar la vida por amor; el que con bondad pasó haciendo el bien, siendo el mejor reflejo de quien hizo todas las cosas con una belleza sin mancha ni ficción.
En estos cinco primeros años del pontificado de Benedicto XVI hemos seguido asistiendo al regalo que Dios nos está dando en este entrañable Sucesor del Apóstol Pedro. Todos los muchos dones que él recibiera del buen Dios y que diligentemente ha ido cuidando y fructificando en sus muchos años, nos permite reconocer con gratitud y asombro la sabiduría de la Providencia divina que siempre confunde a quienes tienen una mirada mezquina y torcida. Era el Papa que tras el siervo de Dios Juan Pablo II necesitaba la Iglesia y la humanidad.
A propósito de esto he leído en estos días un interesante apunte sobre las tres encíclicas que ha publicado el Papa Ratzinger. El profesor Javier Prades (San Dámaso – Madrid) ha querido resumirlas bajo el epígrafe: aprender la mirada de Dios. Recuerda cómo al pintar la capilla Scrovegni, en Florencia, Giotto opuso a cada virtud su vicio correspondiente. Cuando llegó a la caritas, le contrapuso la invidia. A muchos les puede extrañar, pero el motivo es muy sencillo: invidia deriva de in-video, ver con malos ojos, estar ciego. La envidia corrompe la mirada original del hombre sobre el mundo, sobre los demás y sobre sí mismo. Ya no los ve como son: hechura de Dios. En vez de disfrutar de su presencia, la detesta. La caridad, en cambio, expresa la mirada original de Dios: «Vio que todo era muy bueno». La primera caridad es la que ha tenido el Señor al mirarnos así a cada uno y apiadarse de nuestra nada. El Verbo hecho carne nos ha traído, en forma humana, esa mirada llena de compasión. Con su iniciativa amorosa, sana nuestra humanidad deformada. Quien recibe el amor de Dios recupera la visión y contempla su propia vida y la de los demás por lo que son: un bien.
Sin duda que esto es lo que el Papa nos ha querido mostrar con su pluma llena de sabiduría y con su testimonio cristiano lleno de fortaleza. La mirada de Dios en los ojos de este anciano que canta la juventud de la Iglesia y es testigo de la fe y la razón, de la verdad y caridad, y de la belleza y la bondad. Felicidades, Santo Padre.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
Adm. Apost. de Huesca y de Jaca
2 mayo 2010