Comentario al evangelio. Domingo 4º Cuaresma, ciclo B
El domingo anterior San Juan nos hablaba de la renovación del Templo. Hoy nos habla de la renovación de la ley. El verdadero Templo es Jesucristo Resucitado. Y la verdadera ley es la ley del amor, un amor que sólo el Hijo del Hombre nos puede dar.
1.- «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre”.
En este mundo, la palabra más gastada y desgastada es la palabra “amor”. A cualquier cosa llamamos amor. Por eso, lo mismo que existen monedas auténticas y monedas falsas, el auténtico crisol para distinguir el verdadero amor es aquel que “está dispuesto a sacrificarse por la persona amada”. Lo dijo Jesús: “Nadie ama más al amigo que el que da la vida por él” (Jn. 15,13). A través de la historia se han escrito obras bellísimas sobre el amor. Pero la CARTA MAGNA del amor es la que escribió Jesús en la Cruz sin letras ni palabras. Así, en el Monte Calvario Jesús elevó el amor a la cima más alta. Nosotros los hombres no podemos hacer otra cosa que “serpentear por tierra, incapaces de elevar el vuelo” (S. Juan Crisóstomo). Al final del evangelio, San Juan, en una escena majestuosa nos presenta a Jesús muerto en una Cruz, con esta inscripción de la Biblia:” mirarán al que traspasaron” (Zac, 12,10). En Él y sólo en Él debemos ya clavar nuestra mirada contemplativa.
2.- “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único… para que tengan vida en plenitud”
Dios Padre no puede entregar al Hijo sin entregarse en ese Hijo. Por eso este Hijo herido, maltratado, clavado, y despreciado es LA PARABOLA MAS BELLA DEL PADRE. Lo que Cristo nos está diciendo desde la Cruz es esto: Así es el Padre. Así de escandaloso es el amor del Padre. Por eso, cuando Jesús ya no puede abrazarnos físicamente porque tiene los brazos clavados, nos está diciendo: El Padre os está abrazando a todos. Cuando Jesús ya no puede caminar por las calles de Palestina o Jerusalén, el Padre sale a buscarnos a todos por los caminos del mundo. Cuando muere Jesús y se queda solo y ya no puede hablar; cuando la misma tierra se cubre de tinieblas, entonces el Padre no sólo habla sino grita, resucitando a Jesús y llenándolo de vida. Y al resucitarle nos dice que no estaba de acuerdo con aquella muerte ni con tantas muertes y tantos sufrimientos de los hombres y mujeres de este mundo. La última palabra la tiene el AMOR. Y con ese amor aprendido de Jesús podemos tener vida en plenitud. No la vida de Nicodemo ni de tantos hombres religiosos que se han esforzado en buscar la verdad por su cuenta y se han sentido decepcionados. Sólo la vida de Jesús, EL VIVIENTE, nos llena del todo y nos hace personas plenamente realizadas.
3.– “Dios no ha mandado a su Hijo al mundo para juzgarlo ni condenarlo, sino para salvarlo”.
No estamos en la vida para juzgar a nadie ni condenar a nadie. Los cristianos estamos en la vida para agradecer al Padre el regalo de su Hijo y para llevar adelante el proyecto de Jesús de hacer “una nueva humanidad” donde nadie se crea más que nadie, donde todos nos amemos como verdaderos hermanos. El día en que experimentemos el amor que el Padre nos tiene, todo puede cambiar. No es que vaya a salir otro sol o va a cambiar el cauce de los ríos. Va a cambiar nuestra visión sobre el hombre y sobre el mundo. Nuestro corazón se convertirá en jardín donde florezca el árbol de la vida, es decir del cariño y la ternura. Y nuestra vida se llenará de plenitud porque ese corazón, libre de cosas ajenas, se dedicará a cumplir la tarea que le ha sido encomendada: amar y ser amado.
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