Comentario al evangelio. Domingo de Ramos, ciclo B.
AMAR – MORIR – RESUCITAR
Debiéramos preguntarnos seriamente qué tenemos que ver cada uno de nosotros, en nuestro diario vivir, con el AMOR del Jueves Santo, la MUERTE del Viernes Santo y la RESURRECCIÓN del Domingo de Pascua. AMAR, MORIR, RESUCITAR, son como tres movimientos «in crescendo» de la Semana santa. Tres realidades que, sin duda, son las más importantes en la vida de cada hombre.
AMAR es el verbo más conjugado de la historia. El hombre está sediento de amor. Cuando lo encuentra y cuando lo da, es feliz. Pero amar como Jesús con su medida y con su finalidad, no es fácil. Amar como Él amó supone negarse, olvidarse, vencerse. Amar como amó Jesús supone considerar de verdad a los hombres, a todos los hombres, como hermanos y estar dispuesto a compartir con ellos la herencia, toda la herencia. No, no es fácil amar así. Y por eso no lo hacemos. No lo hacen los hombres en general y no lo hacemos, evidentemente, los cristianos. Por eso, fácilmente, el Jueves Santo no lo entendemos.
MORIR. ¡Qué difícil! Y, sin embargo, la muerte está ahí, dispuesta a acudir puntualmente a la cita. No queremos saber nada de ella. Viéndonos, también nosotros mismos podríamos pensar: ¡Qué terrible una muerte sin respuesta! ¡Qué angustiosa una muerte sin retorno! ¡Qué cruel una muerte sin victoria! Contemplando el modo de vida de los hombres, también quizá el nuestro, cabría preguntarse: ¿Qué esperan los hombres persiguiendo tan ansiosamente el poder, el dinero, la gloria? ¿Está ahí la meta anhelada, el fin último, la aspiración máxima? ¿Qué piensan los hombres de la muerte? No es fácil aprender a morir; sin embargo, debiéramos esforzarnos por dar, a la luz de la muerte y sin necrofilia, hondura y categoría a nuestra vida, sabor cristiano y trascendente a nuestro existir. Pensar serenamente el Viernes Santo, a la sombra de la Cruz.
RESUCITAR. Es la última palabra de la muerte. El triunfo, la gloria, la alegría. Jesús, venciendo el tedio, el dolor, la angustia, la incógnita que se alza perturbadora ante la mente humana. Su triunfo es el nuestro. ¿De verdad lo creemos así los cristianos? Quizá en el fondo de nuestro ser sí lo creemos. Nos falta avivar esa fe, hacerla realidad diaria, ponerla de relieve al enfocar la vida, al acercarnos a los hombres, al vivir con ellos. Hay que intentar resucitar cada día en un esfuerzo permanente por dar a nuestra existencia un tono y un estilo en el que se reconozca inmediatamente a Cristo, cuyo final no fue la Cruz, sino la Luz.
AMAR, MORIR y RESUCITAR: tres realidades para pensar y para vivir en esta Semana Santa y en toda nuestra vida.
Iglesia en Aragón