Comentario al evangelio. Corpus Christi, ciclo B
1.– SE RECUERDA EL MEMORIAL DE LA PASIÓN.
El memorial no es una mera evocación del pasado, sino la reproducción de su fuerza y eficacia. El pasado irrumpe en el presente fermentándolo con su fuerza salvífica. No se trata de repetir un gesto sino de revivir su significado. Los judíos, siempre que recordaban los acontecimientos del pasado, trataban de actualizarlos. Así, cuando Josué pasa el rio Jordán, Dios manda que elija unas piedras del río y que construya un altar que sirva de memorial. En la CENA PASCUAL, se colocan los alimentos: cordero, panes ázimos, hierbas amargas, salsa roja. Y comienza la gran Catequesis. Un niño pregunta al rabino más anciano: ¿Qué significa esto? ¿Por qué esta noche es tan distinta de todas las noches? Y el rabino contesta: Pascua significa “paso” y así recordamos que Dios pasó de largo ante las casas de nuestros padres y así se libraron del ángel exterminador. Comemos estas “lechugas amargas” porque los egipcios amargaron la vida de nuestros padres en Egipto. Comemos los “panes ázimos” porque Dios no dio tiempo a que fermentara la malicia del Faraón. Y la “salsa roja” nos recuerda el color de los ladrillos, símbolo de opresión de nuestros padres bajo el dominio del Faraón. Se evoca la historia, se revive, se actualiza por medio de signos y gestos. El MEMORIAL ES UN HOY. Es muy importante lo que dice la MISHNÁ. “En cada generación cada hombre debe considerarse como si hubiera salido personalmente de Egipto. Jesús celebró la Eucaristía en este contexto judío. Cuando dice: “Haced esto en memoria mía” (Lc. 22,19) no quiere decir simplemente que nos acordemos de lo que Él ha hecho por nosotros, sino que lo actualicemos, lo hagamos presente y vivamos los mismos sentimientos que tenía Jesús en aquella noche. No se nos entrega un simple pan, sino un PAN PARTIDO, un pan que se rompe por los demás.
2.– EL ALMA SE LLENA DE GRACIA.
Es verdad que la gracia se nos da por los sacramentos, pero en la Eucaristía se nos da al autor de la gracia. Por eso, en toda Eucaristía, bien celebrada, debemos llenarnos de su gracia. La Samaritana iba todos los días al pozo a buscar agua porque todos los días el cántaro se le quedaba vacío. Hasta que se encontró con Jesús que le dio “agua de manantial” y ya no tuvo necesidad de buscar aquella agua de antes. María, la madre de Jesús, ya tenía un nombre. Pero el ángel se lo cambia. Ya no se llamará María sino “La llena de gracia”. (Lc. 1,28). Lo que define la vida de María es el “estar llena de Dios”. Rezuma a Dios por todos los poros de su ser. Cuando María, después de la Resurrección, asistía a las celebraciones litúrgicas de los primeros cristianos y recibía la comunión “actualizaba” el misterio de la Encarnación. No es posible que, comulgando tantas veces, estemos tan vacíos por dentro, tan huecos. No es posible comulgar y llevar una vida tan tibia, tan mediocre, tan vulgar. Este mundo nuestro tan alejado de Dios, sólo lo salvarán los que, como María, están llenos del Espíritu de Dios.
3.– Y SE NOS DA UNA PRENDA DE LA VIDA FUTURA.
El que se sienta en esta mesa de la Eucaristía tiene pasaporte para la vida eterna. No tenían esa suerte los judíos que se alimentaban del “maná”. Todos morían. Pero “el que come de este pan vivirá para siempre” (Jn. 6,58). Todavía hay algo más. La prenda ya es parte de la herencia. El cielo comienza ya en la tierra cuando nos alimentamos de la Eucaristía. Por eso en la Constitución de Liturgia del Concilio Vaticano II se nos dicen estas bellas palabras: “En la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte de aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén” (S.C. nº 8). Nuestras Eucaristías deben tener “sabor a cielo”. ¿Qué nos está pasando que la gente se nos va por aburrimiento? ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Por qué no volver al amor primero, al gozo y al entusiasmo de nuestros primeros cristianos?
Iglesia en Aragón