Comentario al evangelio. Domingo 23º Ordinario, ciclo B.

    Dicen que al profeta Elías le gustaba pasear por las calles del pueblo disfrazado. Quería observar a la gente en su salsa, de cerca.
    Un día se disfrazó de mendigo, ropas sucias y rotas. Fue a llamar a la puerta de una gran mansión. Se celebraba una gran fiesta. Cuando lo vio el dueño sucio y andrajoso, lo despachó con un gran portazo.
    Elías se marchó. Volvió más tarde, ahora lujosamente vestido: traje, camisa de seda, sombrero, bastón con empuñadura de oro. Cuando llamó a la puerta fue recibido con todos los honores y sentado en la mesa de honor. Todos le miraban con admiración.
    De repente Elías empezó a llenarse los bolsillos de comida y a derramar el vino por su ropa.
    La gente sorprendida le preguntó por qué se comportaba así. Elías contestó: cuando vine como rico me honraron y agasajaron, pero soy la misma persona. Sólo han cambiado mis vestidos. Ustedes no me recibieron a mí sino a mis vestidos y mis vestidos tenían que ser alimentados.
    Los invitados bajaron la cabeza avergonzados y cuando la levantaron Elías había desaparecido.
    En su silla había quedado su bastón con la empuñadura de oro.
    ¿Les suena esta historia?
    A mí me recuerda la carta del apóstol Santiago.
    ¡"Supónganse que entra en la asamblea de ustedes un hombre con anillo de oro"…
    ¿Qué más les recuerda esta historia y esta lectura?
    A mí me recuerda mi comportamiento que, a veces, juzgo por las apariencias y me dejo seducir por lo externo.
    ¿Les pasa a ustedes también lo mismo?
    La Palabra de Dios está presente aquí y la proclamamos para corregir nuestras desviaciones del camino cristiano.
    ¿Hay alguien que no actúa como nosotros? Sí, hermanos, Jesús.
    "El entusiasmo de la gente era increíble y decían: Todo lo ha hecho bien; los sordos oyen y los mudos hablan".
     Jesús siente debilidad por los pobres, los marginados, los enfermos, los pecadores. Jesús siente debilidad por nosotros, que somos eso.
     Marcos nos narra la historia de un mudo al que le devuelve la palabra. El don de la palabra es fantástico pero hay otras muchas maneras de hablar sin decir nada.
    Todo en este mundo habla.
     Las calles sucias son un grito de abandono. Los edificios y sus pintadas hablan de desinterés. La pobreza es un cáncer que mata y grita. Los niños sin padre hablan de infidelidad y falta de cariño. El fracaso escolar de los jóvenes habla de la falta de lucha y motivación. La droga habla. El dinero habla. El lujo también habla.
     El milagro que nosotros le pedimos a Jesús hoy, es que todo hable y hable bien y para nuestro bien.
     Aquí venimos para hacer el milagro entre todos de que todo hable bien de Dios, de nosotros, y que nuestro ambiente hable de servicio, amor, trabajo, fidelidad, ayuda a todos…
     El milagro, un milagro, es siempre una transformación personal y comunitaria. Ambas dimensiones tienen que ir unidas.
     Es fantástico oír los testimonios de las personas a las que Dios ha transformado su vida, les ha devuelto la palabra y ha cambiado su corazón pero se queda pequeño si no transforma también a los que les rodean.
     Cada domingo el Señor a los que aquí venimos nos devuelve la voz para cantar, orar, profesar nuestra fe, nos transforma y nos entusiasma y decimos también: todo lo ha hecho bien, me ha devuelto el oído y la palabra. Me ha dicho: "Ábrete".
     Ábrete al amor grande de Dios tu Padre. Ábrete a su perdón y publícalo. Ábrete a los hermanos… No seas espectador. Jesús no lo fue. Fue agente de transformación.
     Ábrete. No sólo el domingo sino toda la semana.
     Ábrete. No sólo aquí dentro sino también ahí afuera.
     Jesús le mandó callar. ¿Por qué?
     El milagro no es lo importante. El amor es lo importante. Jesús no es el hombre que hace milagros. Jesús es el hombre que muere y su muerte por amor es el gran milagro, el único milagro que salva, transforma y nos hace a todos hablar bien de él.
 
P. Félix Jiménez Tutor, Sch. P.
 
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