Comentario al evangelio. Ascensión del Señor, ciclo c.
El “cielo” es esa bonita palabra que empleamos para expresar lo que más buscamos, lo que más anhelamos, lo que más queremos. “Mi niño es un cielo” es la manifestación espontánea de una mamá locamente enamorada de su bebé. En este día se nos habla del cielo. ¿Qué enseñanzas concretas podemos sacar para nuestras vidas, en este día de la Ascensión del Señor?
1.– ES BUENO MIRAR AL CIELO.
El salmo 8 nos invita a contemplar la maravilla de una noche serena, con un cielo tachonado de estrellas. Envuelto en el silencio de la noche, el salmista eleva su mirada al cielo. Y ahí, la gran pregunta: ¿Qué es el hombre? El hombre sólo puede hacerse esta pregunta desde una visión trascendente, llena de admiración y rodeada de misterio. Con una mirada inmanente, encorvado sobre sí mismo, con una mirada miope, el hombre nunca sabrá valorar lo que es, lo que vale y lo que está llamado a ser. Porque, según la Palabra de Dios, el cielo consiste en:
1. Ausencia de todo mal. “No habrá muerte, ni luto ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo ha desaparecido” (Apo. 21,4).
2. Presencia de todo bien. San Pablo tiene una experiencia en la que, por un instante, vislumbra el cielo. Y afirma: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni entendimiento humano puede llegar a comprender lo que Dios tiene reservado para los que le aman” (1Cor. 2,9).
3. Y esto será para siempre. En esta vida todo lo bueno se nos queda corto, todo tiene fecha de caducidad. En el cielo todo será eterno. “Las ovejas que el Padre ha confiado a Jesús nadie las puede arrebatar de las manos del Padre” (Jn. 10, 28-29). Por eso San Agustín termina su obra famosa de la Ciudad de Dios de esta manera: “Allí veremos, alabaremos, amaremos, gozaremos, en un fin que no tendrá fin.”
2.– NO ES BUENO QUEDARNOS PLANTADOS MIRANDO AL CIELO.
El cielo no se conquista “mirando al cielo”. Si Cristo se ha hecho “hombre” y se ha encarnado en nuestro mundo, y ha trabajado, ha sufrido, ha luchado por hacer un mundo más humano, más fraterno, y ha muerto en una Cruz, es para que todos nosotros le sigamos. Después vendrá la Resurrección y la Ascensión. Él ha ido por delante para “prepararnos sitio, para que estemos siempre donde Él está” (Jn. 14, 3). El mejor camino para ir al cielo es seguir el camino de Jesús: «Pasó por la vida haciendo el bien y sanando a los oprimidos por el diablo” (Hechos 10, 38). La mejor manera de prepararse para el cielo es pasar haciendo el bien. No dice: pasar sin hacer mal a nadie sino haciendo el bien a todos. Hay unos verbos que deben ocupar la vida de un cristiano: levantar, ayudar, animar, consolar, servir, liberar…La mejor manera de prepararse para ir al cielo es ser aquí y ahora “un cielo para los demás”.
3.– CUANDO JESÚS SE MARCHA, ¿QUÉ QUEDA ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA? LA BONDAD DE DIOS EN FORMA DE BENDICIÓN.
A veces la Biblia usa la palabra “cielo” para hablarnos de distancias. En concreto, para mostrar la distancia que hay entre Dios y nosotros; entre sus comportamientos y los nuestros. Dice Isaías: “Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así se alzan mis proyectos sobre los vuestros, así superan mis planes a vuestros planes” (Is. 55, 9). ¿Cómo salvar estas distancias? Jesús, antes de irse al cielo nos deja su bendición. En el evangelio de Lucas, aparece la ascensión al final de todo, como el epílogo final, como el broche de oro a este evangelio de la bondad y la ternura de Jesús. Pues bien, ahí aparece Jesús “levantando sus manos y bendiciéndolos” (Lc, 24,50). Esas manos de Jesús que se levantan por encima de la tierra para bendecirnos, es la mejor expresión de su cariño y de su ternura. El amor no se va; el amor se queda. Entre el cielo y la tierra ya no habrá un muro que nos separa sino un gran “espacio acogedor” que nos une con Dios para siempre. Aquella solemne bendición de Jesús no era sólo para unos apóstoles en un momento preciso; era la bendición del Supremo Sacerdote que antes de entrar en el Sancta Sanctorum de la Jerusalén celeste, nos dejaba una bendición permanente para toda la Humanidad. Se va y se queda. Se va y nos deja una bendición, es decir, una “caricia permanente”.
Iglesia en Aragón