Comentario al evangelio. Domingo 21º Ordinario.
1.– La puerta estrecha.
En las antiguas ciudades amuralladas, había grandes puertas que estaban abiertas durante el día y por ellas entraban los camellos cargados de toda clase de mercancías. Y estas puertas se cerraban por la noche. Pero había una escondida muy pequeña por donde sólo podían entrar las personas. Esta es la puerta estrecha. No se puede atravesar cargado de dinero o de mercancías materiales. Hay que ir ligeros de equipaje, como decía el Señor: “No llevéis nada por el camino: ni alforja ni bolsa” (Lc. 10,4). Entonces, ¿qué debemos llevar? Lo que llevaba María: el evangelio hecho vida. Esa es la “puerta estrecha” que ha abierto tantas puertas a tantas personas. A los que viven el evangelio, al pasar por la “estrecha puerta de la muerte”, se les concede abrir otra puerta que ya nadie puede cerrar (Apo. 3,7). Es la puerta grande y universal que nos lleva a la Resurrección. Una puerta a la esperanza, al amor, a la ilusión, al gozo eterno y verdadero.
2.- ¿Quién estará detrás de la puerta?
La pregunta que le hicieron a Jesús en este evangelio era sobre números. ¿Son muchos los que se salvan? Jesús no está demasiado preocupado por los números. Jesús no entra en las cuestiones superficiales de las escuelas de los escribas y fariseos de entonces. A Jesús le encanta hablar de un Padre maravilloso que “hace salir el sol sobre buenos y malos y manda su lluvia sobre justos y pecadores” (Mt. 5,45). A Jesús le interesa que todo el mundo se entere de lo bueno que es ese Padre que disfruta cuando están todos sus hijos alrededor de su mesa. A los discípulos también les interesaban preguntas semejantes: “Señor, cuando sucederá eso? Estaban interesados por el tiempo. Tampoco eso le preocupa demasiado a Jesús. “Nadie sabe nada. Es algo que se ha reservado el Padre”. (Mt. 24,16). Detrás de atravesar la “puerta estrecha de la muerte” habrá un Padre “que nos sorprenderá”. Nos sorprenderá porque será mucho más maravilloso de lo que aquí habíamos soñado. Aquí sólo lo podíamos ver a través de “sombras y espejos. Allí le veremos cara a cara” (1Cor. 13,12).
3.- Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
El evangelio termina con una llamada a la “universalidad”. Por parte de Dios nadie puede estar excluido de la casa y de la mesa. El orgullo de un padre es ver a todos sus hijos alrededor de una mesa. Y la gloria del Padre, el orgullo de nuestro Padre Dios, es poder compartir con todos sus hijos “el vino de la alegría” en la mesa de su reino. Este deseo de Dios nos debe incentivar a todos los que nos denominaos cristianos a ser cristianos de verdad y no de apariencias. Y vivimos en la verdad cuando intentamos ser coherentes entre lo que creemos y lo que vivimos. Más aún, en este mundo nuestro tan alejado de lo religioso, debemos dar testimonio de nuestra fe. La gente no nos va a preguntar por lo que sabemos de Dios. Pero sí les interesa que les digamos “a qué sabe Dios”. La gente necesita saber que con Jesús se vive muy bien, que es el “sentido de la vida”. Nos ha hablado de Dios desde la experiencia personal que Él ha tenido y, como resumen, sólo nos ha dejado una palabra: “Abbá”. Dios es un Papá maravilloso, encantador, comprensivo y perdonador. Como Padre sólo le interesa vernos felices. Él es acogida “para todos”; alimento “para todos”; fiesta “para todos”. Por parte de Él, que no quede.
Iglesia en Aragón