Comentario al evangelio. Domingo 30º Ordinario, ciclo C.
1.- Un fariseo y un publicano sin nombres propios.
Cuando en la biblia no se nombran los personajes, la intención del autor es que sirvan de modelo para las generaciones futuras. Ese fariseo y ese publicano podemos ser tú y yo en el siglo XXI. ¿Cómo era el fariseo? Lo describe muy bien el mismo autor: “seguro de sí mismo”, “se creía justo”, “despreciaba a los demás”. Veamos “Seguro de sí mismo” Lo propio del hombre es sentirse débil, frágil, inseguro. ¿No dice la primera página de la Biblia que el hombre salió del barro? (Gn. 2,7) No nos hizo Dios de oro o de bronce sino de arcilla. Por eso nos caemos y nos rompemos con tanta facilidad. Y en el terreno religioso, lo mismo. “El que crea que está firme, tenga cuidado no se caiga” (1Cor. 10,12). Y el mismo Jesús nos advierte. “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn. 15, 5). “Se creía justo”. Él cumplía la Ley, iba al Templo, y era devoto: ayunaba, rezaba, y daba limosnas. Los malos eran “los demás”. Y no es que estas obras piadosas fueran malas, el malo era él que con su “soberbia” lo estropeaba todo. “Y despreciaba a los demás” Esto era lo peor. En cambio, el “publicano” con su cuerpo inclinado en señal de esclavo, se sentía pecador y así lo manifestaba.
2.- El fariseo y el publicano eran creyentes; pero el Dios en quien creían era distinto.
Fariseo significa “separado”. Los fariseos eran un grupo que se preparaba para la venida del Mesías a través del estudio de la Ley y de prácticas piadosas. Se separaban de los demás porque se creían los buenos y no podían contaminarse con los malos. Dios era para ellos como un “buen patrón a quien le compraban el cielo por sus obras buenas”. Por eso se recreaban en las obras de sus manos. A Jesús no le podían tolerar que “comiese con pecadores”, menos si eran publicanos, es decir, “pecadores públicos”. Tampoco le toleraban que curase en sábado. Si la gente sufría, pasaba hambre, estaba enferma o se sentía sola y abandonada, eso no les interesaba para nada. Lo importante era que se cumpliera la Ley tal y como ellos la interpretaban. El publicano (probablemente recaudador de los tributos de Roma) se sentía pecador, era odiado por los judíos y se creía que Dios ya lo había marginado. Cuando Jesús le dice que ha salido “justificado”, es decir, que Dios le ha perdonado y lo ha hecho justo, no se lo cree. Ya toda su vida la pasará para dar gracias a un Dios tan bueno que ni le ha tenido en cuenta su pecado. Tan sólo se ha fijado en su humildad.
3.- Dos maneras distintas de orar.
El fariseo y el publicano suben al Templo a orar. El fariseo ora “erguido” es decir, con soberbia. Da gracias a Dios no porque le haya colmado de favores sino porque “no es como los demás”. ¿Habrá en la vida cosa más hermosa que ser como los demás? Ni más que los demás, es decir, sin complejo de superioridad; ni menos que los demás, sin complejo de inferioridad. Ser como los demás es ponerse en actitud de crear igualdad, crear fraternidad. Jesús, en el capítulo 23 de San Mateo nos invita a todos los cristianos a no llamar a nadie “padre” porque sólo Dios es nuestro Padre. Ni llamar a nadie “maestro” porque sólo Jesús es nuestro Maestro. Ni llamar a nadie “señor” porque sólo Jesús que ha dado su vida por nosotros es nuestro Señor. Y da la clave de este comportamiento: “Vosotros sois hermanos”. Sin igualdad no puede haber fraternidad. Jesús, que es el Hijo de Dios, ha pasado entre nosotros “como uno más, como uno de tantos” (Fil. 2,7). Él es nuestro hermano mayor. El fariseo, tiene otro gran defecto: “tiene el yo muy subido”. “Yo ayuno, yo hago limosnas”. Una cosa queda clara: a Dios podemos ir por las malas o por las buenas. Podemos ir por las malas, en plan de exigencia, como el fariseo. O podemos ir por las buenas, en plan de indigencia, como el publicano. La oración no es cuestión de puños cerrados, sino de manos abiertas.
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