Comentario a las lecturas. Ascensión del Señor, ciclo C.
Este texto de Mc. 16,15-20, no pertenecía al evangelio original (que acabaría en 16,8), sino que se trata de un “apéndice» posterior para, a imitación de los otros dos sinópticos, y de una forma estereotipada, terminar el evangelio con el relato de la misión (como Mateo) y de la ascensión (como Lucas). Hay que agradecer a Marcos su insistencia en «la misión». Eso nos caracteriza: dedicar la vida al proyecto de Dios, el Reino, como Jesús. ¿Cómo hay que entender esta misión?
1.– Como una necesidad apremiante.
Lo esencial es “hacer discípulos”. Hombres y mujeres que, guiados por el Espíritu Santo, tomen el aire, el talante, el estilo de vida que llevó Jesús. Hubo un tiempo en que se creía con fuerza que la parusía estaba ya cerca. Y se deseaba: “Ven, Señor, Jesús”. Era la exclamación más común en sus celebraciones. Fue San Lucas el que, escribiendo los Hechos de los apóstoles, nos dice que la historia de Jesús continúa en la Iglesia. Y eso va para rato. Entonces la Iglesia se convierte en misión: “Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos confines del mundo. (1ª Lectura). Hay mucha tarea. Hay que cristianizar el mundo e impregnarlo del evangelio. Y esto no se consigue quedándose como los apóstoles “plantados mirando al cielo”. Hacen falta profetas y apóstoles “desde el vientre de la madre”. Y esta expresión no significa que nacen personas y se les da una misión; sino porque hay una misión nacen estas personas. La misión es la razón de su vivir. Por eso podía decir el Apóstol Pablo: ¡Hay de mí si no evangelizo! (1Cor. 9,16). El apóstol descubre que si no evangeliza pierde el sentido de su vida.
2.– La misión está estrechamente unida a la Pascua.
Antes de la experiencia pascual, los apóstoles estaban en el cenáculo, tristes, llenos de miedo, y con las puertas bien cerradas. Esto significa: a) Objetivamente, que no tenían perspectiva, no tenían horizonte, su fe estaba “vacía de contenido”. Y b) Subjetivamente, estaban desmoralizados, abatidos por el miedo. ¿Se puede evangelizar así? Cuando no tenemos una experiencia viva de Jesús Resucitado, ¿Tenemos derecho a predicar, a catequizar? San Pablo decía: «Creí y por eso hablé” (2Cor. 4,13). Sabemos por el contexto que aquello que ha creído es que Cristo ha resucitado y se le ha aparecido. Cuando tanto nos cuesta aceptar: “Una Iglesia en salida” ¿No será que no estamos en condiciones de salir? Lo que tenemos que predicar es que Jesús Resucitado ha llevado la historia a la plenitud. Lo que con fuerza debemos anunciar con nuestra vida es que con Jesús vivo y resucitado dentro de mí, mi vida ha cambiado: Estoy alegre, no me hundo ante nada ni ante nadie, tengo unas ganas enormes de contar mi vida a otros y gritarles: ¡Es verdad! Cristo ha resucitado y yo soy testigo de todo eso. Yo respeto tu vida, pero ¿Te vas a perder esta experiencia maravillosa que yo estoy viviendo? ¿Por qué no pruebas? Dios te está llamando.
3.– El Cristo que se va, no huye del mundo; se queda siempre con nosotros (Mt. 28, 20).
Son bellas las palabras del Papa Benedicto: “La ascensión no quiere decir que el Señor se ha ido a un lugar alejado de los hombres y del mundo. No es un viaje en el espacio hacia los astros más remotos. Significa que Él pertenece ya totalmente a Dios. Él, el Hijo eterno, ha conducido nuestro ser humano a la presencia de Dios. Su humanidad (y en ella estamos también nosotros) ha entrado en la vida trinitaria. Todo lo humano (la creación, el trabajo, el cariño), en Cristo Resucitado, llega a su destino definitivo. Y termina el Papa Benedicto:” Nosotros podemos alejarnos interiormente de Él, podemos vivir dándole la espalda, pero Él nos espera siempre y está siempre cerca de nosotros”. Por eso tenemos que mirar al cielo como la “exaltación de la humanidad”. Esta nuestra vida frágil, maltrecha, vulnerable, ha llegado a plenitud. Este Cristo ya Resucitado y ascendido a los cielos, tira de nosotros, nos anima y nos seduce.
Iglesia en Aragón