Comentario a las lecturas. Domingo 20º Ordinario, ciclo B
1.– Disputaban los judíos entre sí.
Es propio de los hombres discutir, criticar, murmurar. Lo hacían los judíos y lo hacen la mayoría de las personas. Pero, como cristianos, ¿es posible hablar mal del prójimo después de haber comulgado? ¿Es posible ser malos después de recibir el pan de la bondad? “¿Es posible que de una misma fuente brote el agua dulce y el agua amarga?” (Santiago 3,11). Debemos de cortar ya con una vida tan incongruente, tan postiza, tan de fachada. Jesús, al instituir la Eucaristía no sólo quería darnos “pan” sino también “levadura”. Cada encuentro con Jesús en la Eucaristía debería cambiarnos, convertirnos, transformarnos. Y, una vez transformados nosotros, transformar la sociedad. ¿Cómo es posible que llevemos años comulgando y se note tan poco en nuestra vida cristiana?
2.- “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
El símbolo de la Eucaristía no es el pan y el vino, sino el “pan-roto” y el “vino derramado”. El Jueves Santo siempre debe ir unido al Viernes Santo. Al hablar Jesús del “pan-partido” está aludiendo a su Cuerpo destrozado en la Cruz, y al hablar del vino-derramado está pensando en la Sangre-vida entregada a los demás. Sin actualizar y hacer nuestras estas actitudes de Jesús no podemos celebrar la Eucaristía tal y como Jesús quiso que la celebráramos. Si como sacerdote, yo celebro la Eucaristía, tomo un trozo de pan y digo: “ESTO ES MI CUERPO QUE SE ENTREGA POR VOSOTROS”. Si después de salir de la Misa, yo no me doy, no me entrego, no me deshago por los demás, dentro de mí estoy viviendo en una auténtica “esquizofrenia.”
3.– El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en Él.
Lo que Jesús ha querido hacer al instituir la Eucaristía es tan grande, tan maravilloso, que difícilmente lo podemos captar. El alimento que tomamos se une a nosotros de tal manera que, de alguna manera, actualizamos el misterio de la Encarnación. . Esa unión íntima, profunda, sorprendente, escandalosa es la que Jesús ha querido tener con nosotros. Él está en mí y yo en Él. Sólo los santos han sabido sondear este misterio. San Pablo llega a decir: “Ya no vivo yo. Es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2,20). Y Santa Teresa de Jesús: “Alma, buscarte has en Mí, y a mí buscarme has en ti”. Una perla del sufismo dice así” Llamé a la puerta y me preguntaron: ¿Quién es? Contesté: soy yo. La puerta no se abrió. Llamé de nuevo a la puerta. Otra vez la misma pregunta: ¿Quién es? Contesté: soy yo. Y la puerta no se abrió. Por tercera vez llamé. Y de nuevo me preguntaron: ¿Quién es? Contesté: soy tú. Y la puerta se abrió.
Iglesia en Aragón