Comentario a las lecturas. Domingo 30º Ordinario, ciclo B
La ceguera de los discípulos –es decir, su incapacidad de entender y seguir a Jesús– requiere una intervención sanadora del propio Jesús. Es lo que aparece en el evangelio del domingo trigésimo (10,46-52). Bartimeo se convierte en modelo del verdadero discípulo que, reconociendo su ceguera, apela con una fe firme y perseverante a la misericordia de Jesús y, una vez curado, le sigue por el camino. Sólo curado de la ceguera e iluminado por Cristo se le puede seguir hasta Jerusalén y adentrarse con Él por la senda oscura de la luz. Así Bartimeo se convierte en signo de la multitud doliente de desterrados que por el camino de Jerusalén –por el camino de la cruz– es reconducida por Cristo a la casa del Padre (1a lectura: Jer 31,7-9).
Es de resaltar la insistencia de la súplica del ciego –repetida dos veces– y su intensidad –a voz en grito, y cuando intentan callarle grita aún más–, una súplica que nace de la conciencia de su indigencia –la ceguera– y sobre todo de la confianza cierta y segura en que Jesús puede curarle –de ahí la respuesta sorprendente de Jesús: «Tu fe te ha curado»–
En la manera de escribir, el evangelista está sugiriendo con fuerza que la falta de fe se identifica con la ceguera, lo mismo que la fe se identifica con recobrar la vista. El que creé en Cristo es el que ve las cosas como son en realidad, aunque sea ciego de nacimiento –o aunque sea inculto o torpe humanamente hablando–; en cambio, el que no cree está rematadamente ciego, aunque tenga la pretensión de ver e incluso alardee de ello (Jn 9,39).
Es significativa también la petición –«Ten piedad de mí»–, que tiene que resultarnos muy familiar, porque todos necesitamos de la misericordia de Cristo. Pero no menos significativo es el hecho de que esta compasión de Cristo no deja al hombre en su egoísmo, viviendo para sí. Se le devuelve la vista para seguir a Cristo. El que ha sido librado de su ceguera no puede continuar mirándose a sí mismo. Si de verdad se le han abierto los ojos, no puede por menos de quedar deslumbrado por Cristo, sólo puede tener ojos para Él y para seguirle por el camino con la mirada fija en Él.