Comentario a las lecturas. Domingo 31 Ordinario, ciclo B

     El amor a Dios fue un salto de gigante sobre el temor al amo poderoso y dueño de todo. En el AT el amor a Dios era absoluto, el amor al prójimo relativo, «como a ti mismo». Para la inmensa mayoría de los letrados, el prójimo era el que pertenecía a su pueblo y raza. Según la Torá, era perfectamente compatible un amor a Dios y un desprecio absoluto no solo a los extranjeros sino también a amplios sectores de su propia sociedad judía.
LA GENIALIDAD DE JESUS SOBRE EL AMOR. En realidad, estos dos mandamientos sobre el amor ya estaban en el A. T. Del amor a Dios se habla en Dt. 6,4. Es la famosa oración del Shemá que recita el judío todas las mañanas al levantarse: «Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser”.  Y en Lev. 19,18, se lee: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.  ¿Dónde está la novedad de Jesús?

1.– Jesús alivia, aligera, quita cargas pesadas.  

     En tiempo de Jesús había que cumplir más de 6oo preceptos que obligaban en conciencia y que ya el sólo retener en la memoria, era una pesada carga. Jesús protesta: “Atan cargas pesadas y las echan a la espalda de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas” (Mt. 23, 4). Con Jesús todos esos preceptos quedan reducidos a dos: amar a Dios y amar al hermano. ¡Qué alivio! Por otra parte, como se trata de una ley “de amor” deja de ser pesada.   “El amor ni cansa ni se cansa” (San Juan de la Cruz).

2.– Jesús une dos mandamientos que estaban separados. 

     Separados en dos libros distintos, y separados en la vida. Se podía amar a Dios y odiar al enemigo. Ahora van juntos y son como “vasos comunicantes”. ¿Sube el amor a Dios? Automáticamente sube el amor al hombre; y viceversa. “Y si alguien dice que ama a Dios y no ama al hermano, es un embustero” (1Jn. 4,20).  Jesús no está de acuerdo con esas imágenes de Dios que aparecen en el A.T. y hablan de prepotencia, de venganza, de ira, de desquite. Y las sustituye por otras nuevas:  Pensad en Dios como en un campesino que siembra, en un médico que sana, en un pastor preocupado por su rebaño, en una mujer feliz de haber encontrado su moneda, en un padre que se vuelve loco de alegría al recuperar a su hijo … o mejor todavía, pensad en vuestra propia madre. Así de tierno, así de cariñoso es Dios.

3.– Jesús nos motiva, nos incentiva, desde dentro, a amar. 

     Por el misterio de la Encarnación, Dios no sólo nos ama, sino que se instala en el corazón de cada uno de nosotros, de identifica con nosotros. “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estaba desnudo y me cubristeis, en la cárcel y me visitasteis” (Mt. 25 ,36). Cuando caen las escamas de nuestros ojos y, como Pablo, descubrimos que todo lo que hacemos a uno de nuestros hermanos se la hacemos a Jesús, ya no tenemos ninguna excusa para no amar. Por otra parte, nada nos hace crecer y madurar en la vida como el amor concreto y desinteresado al hermano. El amor nos “humaniza”.

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