Comentario al evangelio. Domingo IV A de Adviento.
Dejar que Dios lo sea: Enmanuel (Mt 1,18-24)
Hay buenas formas que están ocultando una inconfesable “deformación”. Hay modos educados que podrían estar maquillando una extraña grosería. Hay maneras de “respetar” a Dios, como las que nos narra Isaías en la primera lectura respecto del rey Acaz, con las que elegantemente tener a Dios bajo control, con una distancia suficiente como para que no influya ni modifique nuestra vida de cada día. Sería una forma de ateísmo, una manera de negar a Dios manejándolo, porque se le reduciría a algo: se le “perdona la vida” con tal que se esté quieto, que no moleste, que no nos critique, que no ponga su dedo en nuestras abundantes llagas, que no sospeche siquiera la falacia de nuestros disfraces.
El rey Acaz no quería “tentar” a Dios como buen creyente que conocía la Escritura: “no tentarás al Señor tu Dios” (Deut 6,16). No quería importunarle, porque Dios estaba bien en su nimbo de nubes y a sus divinas labores. Pero el profeta no aplaudirá este respeto que se ofrece para despreciar, esta veneración que se practica para ignorar.
Estamos ya a las puertas de la Navidad, y también a nosotros se nos ha anunciado esta Buena noticia prometida antiguamente por los profetas (Rom 1,2). No sólo para Acaz, ni sólo para Israel, sino para todos y para siempre, Yahvéh dejará de ser un Dios Altísimo (en cuanto lejano) para ser un Dios-con-nosotros, un Dios que ha querido acamparse en nuestro suelo (Jn 1,14), hablar nuestro lenguaje, pasear nuestras andanzas, sufrir nuestros dolores y gozar nuestros alegrones.
Si fuera sólo Dios pero no estuviese con nosotros, sería una divinidad tan lejana que sería opresora o inútil, y por lo tanto su salvación no nos interesaría ni nos serviría para nada. Si estuviera con-nosotros pero no fuese Dios, estaríamos ante alguien “buena persona”, alguien “majo”, pero que no podría acceder a los entresijos de nuestro corazón y de nuestra historia, en donde nuestra felicidad se hace o se deshace. Él es Dios y con-nosotros, es el Enmanuel. Ojalá que descubramos que jamás molestamos a un Dios que ha querido amarnos hasta la convivencia, hasta la coexistencia, hasta ser-estar con nosotros. Y ojalá nos conceda tratarnos entre nosotros como somos tratados por Él: que acogiendo y contemplando al Enmanuel, al Dios-con-nosotros, podamos a nuestra vez ser también nosotros hermanos-entre-hermanos siendo verdaderamente hijos-ante-Él.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
A.A. de Huesca y de Jaca
19 diciembre 2010
Domingo 4º de Adviento