Comentario evangélico. Domingo 5 A Cuaresma.
YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA
Los textos evangélicos de los domingos cuaresmales han ido presentando ante nuestros ojos aspectos de la grandeza de Jesús que van preparando el corazón del creyente para acoger a Cristo en la plenitud de la Pascua. “Yo soy el agua viva” decía el Mesías a la samaritana. “Yo soy la luz del mundo” anunciaba el Maestro al ciego de nacimiento. “Yo soy la resurrección y la vida” dirá un conmovido Jesús a Marta, la hermana del difunto Lázaro. Tres revelaciones que desde el principio
la Iglesia proponía al catecúmeno que se preparaba para recibir el Bautismo en la celebración de la Pascua y que hoy se nos sugieren a nosotros como propuesta que nos interpela en nuestro camino cuaresmal y en la renovación del don del bautismo que un día recibimos.
En los tres casos su afirmación irá acompañada de un dardo que se dirige al corazón de su interlocutor: “¿crees?”. Todos responden afirmativamente prendiendo en ellos la chispa de la fe. No son conscientes aún, pero el Maestro les ha regalado una vida nueva. Y nos toman de la mano a nosotros para recordarnos cuán importante es actualizar nuestra fe en este camino cuaresmal para poder acoger la grandeza del acontecimiento de la Resurrección. La resurrección de Lázaro es el séptimo y último milagro de Jesús en el evangelio de Juan. Con toda intención, las primeras
palabras son para presentarnos a un enfermo moribundo: Lázaro. Este personifica al hombre herido por el pecado que camina hacia la muerte, cuando Cristo lo llama a la vida. Desde el comienzo de su
predicación Jesús nos lo anuncia con claridad: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
Con la resurrección de Lázaro muestra su poder sobre la muerte. Él es la resurrección
y la vida y lo muestra con el testimonio de sus hechos. Los milagros de Jesús en el Evangelio de San Juan se nos presentan como un camino ascendente y con la resurrección de Lázaro nos situamos en
el último peldaño. Para que el hombre pueda tener vida, para que sea derrotado el “último enemigo, la muerte” (Cfr 1 Cor 15,26), es preciso que Cristo ofrezca su vida, sufra su pasión, muera y resucite. Jesús que está caminando con decisión hacia Jerusalén para cumplir con su misión, parece que quiere mirar la muerte anticipadamente aquí en Betania, junto al sepulcro de Lázaro, y anunciar su derrota definitiva.
Su poder sobre la muerte es parte de su misión, pero no será un pleno poder hasta que, exhalando el Espíritu Santo hacia Dios y hacia la Iglesia, muera en la cruz. Cristo ofrece aquí ya un signo y una prenda de la resurrección del último día al devolver la vida a Lázaro. Anuncia también
su propia resurrección que, sin embargo, será de otro orden.
¡Lázaro vuelve a la vida! Este hecho es solamente el anuncio de la verdadera resurrección, que no consiste en una prolongación de la vida, sino en la transformación de lo que mi persona es y será. La resurrección es ante todo espiritual, aunque afecta a todo nuestro ser. Y comienza con nuestra muerte a una vida sin Dios en que la fe nos hace salir de nuestra gastada manera de vivir, para abrirnos a la vida nueva en el Espíritu. A eso nos mueve este tiempo de gracia que es la cuaresma.
† Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín