Comentario evangélico. Domingo III B Adviento.
ILUMINEMOS NUESTRO MUNDO
TERCER DOMINGO DE ADVIENTO
Ciclo B. 11 de diciembre de 2011.
La predicación de Juan había alcanzado gran notoriedad. Más allá de la gente sencilla que acudía hasta Juan, los ecos de su actividad llegaron hasta la ciudad santa de Jerusalén. Y su mensaje debió inquietar a las autoridades religiosas, pues mandaron una comitiva al desierto, para investigar qué estaba pasando con Juan. Esta comitiva estaba formada por sacerdotes y levitas. Más tarde, el texto nos dirá que también la formaban algunos fariseos. Se trataba de averiguar quién era este hombre cuyo anuncio estaba atrayendo a tanta gente, pues era fundamental mantener la paz religiosa en el país y no desorientar al pueblo sencillo de los principios religiosos que emanaban de las autoridades sacerdotales del Templo de Jerusalén.
En una lectura rápida podría parecer que el protagonista de este evangelio es Juan el Bautista, pues él es el único nombre personal que domina la escena. Sus interlocutores serán en los tres casos sujetos colectivos. Pero no, Juan no es el protagonista, ni en el fondo ni en la forma. Esto nos lo dirá el evangelista en los primeros versículos y nos lo dirá también Juan en las respuestas que, pacientemente, va ir formulando a la comitiva.
Nuestro texto empieza contándonos quién es Juan. No es alguien que actúe por su propia cuenta, Juan es un hombre enviado por Dios. Su misión es la de ser testigo. Ésta es la clave: Dios le ha pedido que sea testigo de la luz, testigo de Jesucristo. La diferencia entre Jesús y Juan es manifiesta y Juan lo sabe, por eso no duda cuando le preguntan. Juan confiesa quién es él y lo hace “sin reservas”. No hay que dejar lugar a la ambigüedad. Por eso va ir rechazando una tras otra todas las identidades que le quieren atribuir.
Juan es un testigo y como su tarea es llevar a los hombres a Dios por eso Juan anuncia, siguiendo la profecía de Isaías, que es necesario preparar la venida del Señor. La última respuesta de Juan contiene un reproche a las autoridades religiosas de ese momento. Esos hombres estaban tan preocupados por la venida del Mesías y no se habían dado cuenta que el Señor ya estaba en medio de ellos. Ésta es la paradoja: estos hombres estaban en la noche cuando la Luz ya estaba entre ellos.
Nuestra misión es la de Juan, ser testigos de la Luz de Jesucristo para nuestro mundo, que tantas veces busca a Dios y no lo encuentra. Que tantas veces vive en tinieblas. Juan predicaba, él solo, a las orillas del Jordán. Nosotros, los cristianos, somos muchos. Si queremos, siempre con la misma humildad de Juan, podemos hacer que la Luz de Jesús se multiplique por muchos rincones de nuestro mundo. Si queremos, podemos acercar a algunos hermanos nuestros hasta Jesús, hasta el único que puede iluminar por completo una vida, por muy difícil que ésta sea. ¿Puede haber misión más hermosa en esta vida?
Rubén Ruiz Silleras.