Comentario evangélico. Domingo 13 B Ordinario.

Presentarse ante Jesús con  fe sincera.

      Dos relatos entremezclados. Dos curaciones que pueden ser definidas como milagrosas. Entendiendo como milagro, no aquel acto mágico y caprichoso que Jesús realiza a su antojo cuándo y cómo Él quiere. No, no se trata de eso. Si fuera eso estaríamos hablando de magia o algo similar. Los milagros de Jesús, y los evangelios
nos dan sobrada muestro de ello, son actos que buscan, según cada caso: despertar,
fortalecer y fundamentar la fe. Las personas destinatarias de estas acciones poderosas de Jesús tienen que ser, necesariamente, personas de fe, personas que hayan puesto su confianza en Dios.
      Por eso, digamos ya cómo el verdadero milagro que este evangelio nos quiere
enseñar es éste: poner, colocar, depositar  toda nuestra confianza en Dios. Es importante que nos fijemos en la disposición de los dos personajes principales: Jairo y la mujer que padecía una  grave enfermedad. Ambos dan muestras de fe auténtica. Veámoslo: Jairo al ver a Jesús se echó a sus pies para presentarle su súplica: que se acercara a curar a su hija. La mujer enferma, cuando  quiere confesar que ha sido ella la
que ha tocado el manto de Jesús, también realiza el mismo gesto: se echó a sus pies. Este gesto es mucho más que un gesto físico. Cuando uno se arrodilla ante alguien, uno pone absolutamente toda su confianza en esa persona. Es un gesto que demuestro el total abandono de la propia persona ante la otra. Jairo y esta mujer enferma nos enseñan que ningún hombre merece tal honor. Solamente ante Dios podemos abandonarnos de esta manera, depositando toda nuestra confianza en Él.
      Fijémonos ahora en Jesús. Jesús decidió cambiar su camino y acudir hasta la casa de Jairo, este padre con una fe sincera, le ha conmovido. Jesús toma la  palabra para que la fe de Jairo no se venga abajo. Confía Jairo, si tienes fe, si confías en el poder de Dios encontraras el consuelo necesario. Jairo habiendo recibido el aliento de Jesús le conducirá hasta la cama de su hija, allí Jesús rescatará a su hija de la muerte. Las palabras que Jesús dirige a la mujer enferma van en la misma dirección. Aquella mujer sufría una gran desgracia. Tenía perdidas de sangre. En la cultura judía se creía que la sangre era la sede de la vida y, por tanto, padecer esta enfermedad era considerado algo terrible. La mujer se sentía impura, por eso no se atreve a hablar en un primer momento a Jesús. Pero cree tanto en Jesús que piensa que con solo acercarse a Él y tocarle será suficiente. Jesús quiere encontrar a esa mujer porque quiere restituirla en su dignidad.
Le ha curado su enfermedad física pero también le ha devuelto la confianza en sí
misma. La fe de esta mujer, de nuevo, ha producido otro gran milagro.
      Sin pretensiones, sin querer determinar la acción de Dios, presentémonos
ante Él simplemente con una fe sincera. Abriéndole nuestro corazón, diciéndole
lo que necesitamos. Él hará el resto.
     
                                                                                                                                                Rubén Ruiz Silleras.

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