Comentario evangélico. Domingo 22 B Ordinario.
Domingo XXII del Tiempo ordinario, 2 de septiembre de 2012. Marcos 7,1-8. 14-15.21-23. Ciclo B.
No desviemos la mirada.
De nuevo, aquellos que no quieren a Jesús vuelven a la carga. Esta vez el motivo es una conducta de los discípulos de Jesús. Se trata de que éstos se han sentado a la mesa y se han puesto a comer sin lavarse previamente las manos. Esto que en nuestra cultura es una norma lógica de higiene, en el mundo judío era una prescripción de la Torá y por tanto debía ser escrupulosamente respetada.
Al nivel de la historia de la transmisión del texto es interesante resaltar cómo el evangelista Marcos, que escribe su evangelio para un público no judío (posiblemente escribe para la comunidad de Roma, a una comunidad sin raíces judías) se ve obligado a explicar esta tradición tan estricta de los judíos que no sólo se aplicaba a las manos de los comensales sino a toda suerte de vasos, jarros y ollas. Por lo tanto nos encontramos aquí con una glosa o un paréntesis explicativo del propio evangelista.
Pero volvamos al significado central del texto. Una vez observado el comportamiento de los discípulos, los fariseos y los escribas le formulan la pregunta a Jesús. Pregunta que está cargada de reproche. Ésta actitud de estos hombres es la que va a motivar la respuesta de Jesús, que se sintetiza en una única palabra: hipocresía. Estos fariseos y escribas son unos hipócritas, porque ellos están denunciando sólo la inobservancia de una norma externa y sin embargo en sus vidas todo es apariencia y falsedad. La profecía de Isaías que Jesús cita en su respuesta describe a la perfección la situación: quieren dar la apariencia de que cumplen la Ley pero no cumplen ni el mandamiento más importante de esa misma Ley que es el del amor a Dios y también al prójimo.
La escena acaba ampliando el auditorio. Ahora Jesús ya no solo se dirige a los fariseos y escribas sino que ha llamado a la gente, porque este mensaje es importante. La Ley judía regulaba los alimentos puros e impuros. El solo contacto con estos últimos podía hacer impuro al hombre. El Señor, de nuevo, desvela la realidad de las cosas. No son los alimentos los que hacen impuros al hombre sino que lo malo (las malas actitudes, las malas obras) del hombre, sale de su propio corazón.
Por tanto el mensaje de Jesús está claro: a los fariseos, a los escribas, a sus discípulos y a todos nosotros. No podemos dar la impresión de ser unos hombres religiosos por fuera y no serlo también por dentro. La culpa de las cosas que pasan no es siempre de los demás. No es justo que estemos siempre desviando la mirada hacia los otros, hacia el mundo o hacia las instituciones como si solo ellos fueran los responsables de que el mundo esté como está. Quizás también tengamos que preguntarnos qué parte de responsabilidad es nuestra.
Luchar en nuestra vida diaria por ser auténticos, sinceros, transparentes y rechazar cualquier atisbo de hipocresía, esto también es un acto de amor a Jesús.
Rubén Ruiz Silleras.