Comentario evangélico. Domingo 25 B Ordinario.

Domingo XXV del Tiempo ordinario, 23 de septiembre de 2012.  Marcos 9,30-37. Ciclo B.


¡Qué difícil es ser humilde!


Seguimos en la escuela de Jesús. Siguen recorriendo los caminos de Galilea y Jesús sigue con lecciones fundamentales que quiere que escuchen, en primer lugar, los suyos.  Para que luego ellos a su vez, después de vivirlas, las transmitan a la gente.  Nos encontramos este domingo un segundo anuncio de la pasión de Jesús.   Casi idéntico al que escuchábamos la semana pasada. No hay que olvidar que los dos anuncios, también el de este domingo, contienen en sí mismos la esperanza de la resurrección.  No todo será sufrimiento, rechazo y muerte, ese no es el final del camino de Jesús.  El final es la Vida, la resurrección.    Pero tampoco esta vez Jesús ha conseguido que los suyos le entiendan.   El evangelista nos lo dice claramente: no entendieron a Jesús y además les daba miedo preguntarle. 
Jesús esperaría alguna reacción ante su segundo anuncio de la pasión.  Nadie ha comentado nada por el camino.  Por eso, ahora que llegan a Cafarnaún, estando en casa, Jesús pregunta sobre qué hablaban por el camino.  De nuevo silencio.  Este silencio suena a culpabilidad, algo no han hecho bien los discípulos y no se atreven a hablar.   Sin embargo, aunque no hablen, Jesús sabe lo que ha pasado.  Conoce bien a los suyos.  Un padre y una madre conocen muy bien a sus hijos y sin que éstos digan nada los padres pueden saber qué les pasa.  Igual Jesús. Quiere y conoce a los suyos, por eso sabe que toda su preocupación es obtener el primer puesto en el grupo de los doce.  Es decir, quién va a ser el más importante, el que mande más, el que lleve la voz cantante…de eso han estado hablando por el camino.
La situación no puede ser más triste. Jesús está hablando de que va a tener que sufrir mucho, que incluso le llevarán a la muerte… y los suyos solo están pensando en sí mismos.  Sin embargo Jesús no se enfada, ni pierde la serenidad.    Se sienta y, con calma, les enseña una de las claves del cristiano: ser el último y el servidor de todos.  Un niño es quien encarna bien todos los valores que Jesús quiere enseñar a los suyos, por eso lo propone como ejemplo. Me viene a la memoria, en este sentido, la puerta de la Iglesia de la Natividad de Belén, en Tierra Santa. Su altura es de 1,20 metros.  Quien ha  cruzado esta puerta, sabe que solo puede entrar por ella cómodamente un niño.  Cualquier adulto que quiera entrar en este  recinto sagrado debe agacharse.  Un gesto físico que está lleno de sentido simbólico: ésta es la actitud del cristiano, la humildad que no debemos confundir con el servilismo, que es otra cosa bien distinta. Lo que nos pide Jesús es no buscar ser los más importantes, sino ser los servidores de todos.  Esta es una lección dificilísima, lo sabemos.  Pero es indispensable para aquel que quiera ser contado entre los discípulos de Jesús.  Es, debe ser, una de nuestras señas de identidad.



Rubén Ruiz Silleras.

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